El destino de Hong Kong es una pregunta válida ante los crecientes disturbios en una isla que por décadas ha ocupado el imaginario mundial.
Por más de cuatro meses y por segunda vez en cinco años, el régimen de la isla enfrenta el descontento popular, que muchos quieren ver como manifestación de rebeldía hacia la creciente influencia china en la "región administrativa especial" bajo el régimen de "un país, dos sistemas" convenido para su retorno de colonia británica a la soberanía de la República Popular China, en 1997.
Definida alguna vez por el Premio Nobel de Economía Milton Fredman como el paraíso capitalista por excelencia, Hong Kong enfrenta justamente la que puede ser considerada como una crisis de su sistema social y económico, pero bajo un régimen político fuerte, que por razones propias hasta ahora no ha querido usar su poderío policiaco-militar y dejado el problema en manos de las autoridades locales.
La raíz del problema es menos la injerencia china que la falta de expectativas para la población de la isla que al margen de ser dominada, según medios locales, por una élite empresarial, y donde la "clase pequeña capitalista" ha sido desplazada por intereses económicos del continente.
El descontento es evidente en los movimientos que como el de los paraguas hace cuatro años, y el que podría calificarse como el de las máscaras ahora, han puesto de relieve las angustias de los hongkongeses –incluso su nostalgia por un pasado democrático que no existió– y las limitaciones de las autoridades locales y la preocupación china manifiesta en sus advertencias a interferentes extranjeros.
Vistas desde afuera y muy de lejos, las demandas formales del movimiento –cancelación de una ley de extradición ya retirada, investigación sobre brutalidad policial, amnistía para manifestantes detenidos, retiro del término "amotinados" y sufragio universal– no justifica el denuedo de sus seguidores ni la absurda, tardía respuesta de las autoridades locales.
Pero si proveen un punto de encuentro a demandas disímbolas, de democratización a independencia, y remplazan a un liderazgo inexistente.
Esa es la ventaja y la tragedia del actual movimiento. Es sin duda popular y hasta espontáneo, no puede ser descabezado, pero la falta de dirección lo hace incontrolable e impredecible. Su tamaño, su militancia, rebasa las demandas que le sirven como punto de acuerdo, pero no necesariamente ofrecen una ruta al futuro.
El problema es tanto más complicado porque la Ley de la Gravedad y el tiempo favorecen a China.
Hong Kong tiene 7.5 millones de habitantes en 1,104 kilómetros cuadrados, con un Producto Interno Bruto de 370 mil millones de dólares estadounidenses; está en la desembocadura del río de las Perlas, una región de 43 mil kilómetros cuadrados y unos 70 millones de habitantes y tiene un PIB estimado en 1.5 millones de millones de dólares.
En otras palabras, es un remolino que succiona irremediablemente a Hong Kong.
POR JOSÉ CARREÑO FIGUERAS
JOSE.CARRENO@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@CARRENOJOSE1
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