Sin duda alguna, la abrumadora victoria de Morena en las recientes elecciones federales ha generado, para diversos sectores de la sociedad, grandes expectativas de mejoramiento y transformación.
Por las características propias de nuestro sistema político, la figura presidencial es una institución que gravita enormemente en la dinámica nacional.
Resulta oportuno recordar, a propósito de la trascendencia del cambio en la sede del Ejecutivo federal, la expectativa que generó la primera alternancia partidista en México y lo que sucedió en la realidad.
En efecto, en el año 2000, por primera vez en la historia reciente del país, Vicente Fox, quien abanderó una coalición de partidos opuestos al régimen oficial, asumió la llamada “primer magistratura” de la nación, y contaría durante los primeros meses de gobierno con lo que muchos llamaron “el bono democrático”.
Pese al respaldo de grandes sectores de la sociedad, Vicente Fox no tuvo la capacidad para entender el nuevo tiempo mexicano, ni para impulsar la transformación que necesitaba el país, en especial, la consolidación del proceso de democratización.
Fox mantuvo prácticamente intacta la maquinaria autoritaria que durante años construyó el Partido Revolucionario Institucional, aunque dicha maquinaria ya contaba incluso con muchas piezas oxidadas o con la ausencia de algunas de ellas.
La magnífica coyuntura de una revitalizadora transformación para México se perdió y ha costado muchos años para retomar los pasos indispensables para su auténtica democratización.
Ahora la nueva dinámica política del país nos ofrece un nuevo e irrepetible episodio.
El futuro Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, tiene en sus manos la posibilidad de encabezar y empujar el cambio tan anhelado para la gran mayoría de los mexicanos.
El anuncio de algunas medidas parece ir en ese sentido: lucha contra las desigualdades, efectiva seguridad ciudadana, combate contra la corrupción, austeridad republicana, todas problemáticas que requieren de alto profesionalismo y de complejas estrategias.
Sin embargo, el nuevo gobierno no debe soslayar las modificaciones al sistema político y a sus viejas prácticas. Este nuevo tiempo representa una magnífica oportunidad para avanzar y consolidar, en lo normativo, en lo institucional y en la realidad concreta, el proceso de democratización de México.
Sustituir el régimen autoritario es un imperativo: construir un ejercicio de gobierno a la luz de los derechos humanos, forjar una verdadera cultura de cumplimiento de la ley, castigar a quien vulnere el orden jurídico, edificar muchas obras al servicio de la población, despersonalizar al poder, orientar el gasto público en las necesidades sociales, revisar y perfeccionar los controles del poder, perfilar a los mejores candidatos a ocupar los encargos del servicio público, fortalecer el estatuto jurídico de la oposición, asegurar cabalmente las libertades de quienes no coinciden con las decisiones oficiales, entre otras muchas medidas, que son insoslayables para transformar de fondo al sistema político y al país.
Este nuevo tiempo mexicano tiene que verse como lo es: un último llamado para trabajar, sin lucimientos personales, por un mejor país.
Miércoles 22 de Enero de 2025