Los famosos antes de ser estrellas son humanos y el cuerpo, cuando habla, hay que escucharlo; de eso justamente hablé en una reciente entrevista con Yuri.
Hacer pipí puede llegar a ser algo legendario por increíble que parezca y les diré por qué.
Para celebrar mis 40 años decidí hacer algo inolvidable, así que viajé hasta Las Vegas para, desde allí, hacer una ruta espectacular en helicóptero por el Gran Cañón. En el vuelo íbamos tres parejas, una mujer sola, y un piloto joven de ascendencia oriental que, seguro, nunca nos olvidará. Antes de abordar, se nos advirtió que fuéramos al baño, puesto que la parada que haríamos era a mitad de la nada en el Gran Cañón y no había posibilidades más que de disfrutar la naturaleza en una zona protegida. Había sido un paseo de ensueño hasta que, cuando apenas llevábamos dos minutos en el aire para retornar, la mujer solitaria preguntó con voz temblorosa: “Disculpe capitán, cuánto falta para que aterricemos porque, de verdad, tengo urgencia de hacer pipí y no aguanto mucho más”. El piloto palideció con el “detallito” de quien parecía niña en carretera preguntando cada dos minutos con voz enfadosa: “¿Cuánto falta para llegar, papá?”.
Finalmente, la mujer gritó: “¡No puedo más, me voy a hacer pipí!”, así que la señora que iba a su lado, sacó una bolsa de plástico y se la pasó. El esposo, muy considerado, le dijo: “No te preocupes, te hacemos “casita” para que puedas hacer pipí tranquila en la bolsa, siéntete en confianza”. Y el piloto, mientras golpeaba incrédulo las manos contra la palanca de mando, a gritos le pidió: “Esta nave es nueva y el dueño es muy especial, ten el cuidado de no chorrear nada, ¡por favor!”.
Y así, en pleno vuelo por el Gran Cañón, la mujer se bajó los pantalones dejando al descubierto su muy voluminoso posterior, e hizo pipí en la bolsita intentando cumplir la demanda del piloto. Unos reían de nervios, otros bufaban, todos nos mirábamos, pero nadie entendía nada de lo que estaba sucediendo. El resto del vuelo la mujer llevó su bolsita llena de pipí en las manos, entretanto, los demás rogábamos por que no hubiera una turbulencia que la hiciera soltarla bañándonos con su “agüita amarilla”. Media hora después aterrizamos y nos bajamos todos de la nave con cara de asco, menos ella; fresquísima, con su bolsa calientita en mano, se despidió feliz de nosotros.
Viéndolo así, ni tan duro para los cantantes. Aunque habría que preguntarle a Alejandro Fernández cómo le hace para desenfundarse el ajustadísimo traje de charro para ir al baño en pleno concierto. Si un día lo vemos salir al escenario con la mítica bolsita de plástico… pues… ¡Ya sabe usted!