El sábado por la noche fuimos testigos del final de una era en la política mexicana. Con la sexta ceremonia del Grito de Independencia que encabezó el presidente Enrique Peña Nieto, concluyó una forma muy anacrónica de celebrar el inicio de la gesta de independencia de 1810. No existe un consenso en torno a por qué se realiza esta ceremonia el 15 y no el 16 de septiembre fecha en la que Miguel Hidalgo convocó a miles de personas en torno a la parroquia de Dolores para iniciar una lucha que libraría a los criollos del pago de impuestos y de la influencia francesa. La fiesta de la noche del 15 de septiembre, más allá de si fue una costumbre instituida en 1845 o por Porfirio Diaz para sumar su fiesta de cumpleaños, se ha realizado en un ambiente de corte monárquico, con un simbolismo de poderío que durante todo el siglo XX ostentaron todos los presidentes de México. Con el desmantelamiento del presidencialismo, sólo quedaba la ceremonia del 15 de septiembre, donde el centro de la atención era el Presidente. Lo que atestiguamos el sábado fue anacrónico, antiguo y fuera del lugar. Vimos un Presidente que caminó a lo largo de un sublime pasillo de Palacio Nacional, con hermosos candelabros y maderas de lujo, acompañado de su esposa quien portaba un elegante vestido rojo hasta el piso, y acompañado por selectos invitados especiales, quienes a su vez vestían sus mejores galas. La escena era propia de una monarquía. El Presidente, lejano, allá en las alturas del balcón central del Palacio Nacional, pronunció su arenga y sus vivas ante asistentes apáticos, indiferentes, hartos, pobres. Algunas familias, visiblemente forzadas, gritaban vivas al Presidente, los demás callados, serios y hasta tristes. En ese momento de la soledad de la familia real o en este caso presidencial, saludando quién sabe a quién desde el balcón, una fiesta de pirotecnia vestía de colores la noche. Miles de personas veían el cielo como hipnotizadas, pensando en quién sabe qué; quizá en que mejor hubiese sido quedarse en casa y ver “la pelea del Canelo”. Si es congruente, AMLO, próximo Presidente, no debe repetir esa ceremonia real, debería dar una arenga de Grito de Independencia a ras de suelo, mezclado con la gente que votó por él, posiblemente en itinerancia por el país, sin invitados elegantes, sin fastuosos trajes, ni vestidos ni joyas; sólo con la gente del pueblo, como aquellos campesinos que, reunidos por el sacerdote Hidalgo, armados con palos y una imagen de la Virgen de Guadalupe, iniciaron la lucha por la libertad. CORAZÓN QUE SÍ SIENTE: Leer entre líneas es un arte y el Grito de Independencia de Manuel Velasco, gobernador de Chiapas, es muy viral. Dio un viva por la nueva República y finalizó: “Que Dios bendiga hoy y siempre al pueblo chiapaneco”. Bienvenidos los nuevos tiempos.
JESUS.MARTIN.MENDOZA001@GMAIL.COM
@JESUSMARTINMX