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Una marcha muy especial para mí

OPINIÓN

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Ponía la canción de “Mil campanas” de Alaska y Dinarama y esperaba a que llegaran las amigas. Nunca amigos, nunca preocupada por lo que el mundo masculino opinara de su ropa, de sus planes... de su mente.

Siempre admiré esa libertad, esa claridad y como buena adolescente nada de lo anterior era mi prioridad, la prioridad era: pegarme al plan de mi hermana y vivir con ella la experiencia surrealista de salir de noche.

Sin ser demasiado obvia (según yo) cantaba con ella todas sus canciones, me vestía como si también tuviera plan para salir, y cuando llegaban sus amigas, me ponía a preguntarles a dónde iban y dejaba muy claro que yo sería la más feliz de que me invitaran.

Como mi hermana siempre ha sido buena conmigo, al segundo intento me terminaba invitando y así acababa en el Cabaretito en la Zona Rosa bailando “Arrasando” de Thalía y “Pepe” de Jeans, mientras sobre la barra chavillos con alas de ángel y el cuerpo bañado en diamantina hacían coreografías y muchas chavas sin “falditas” ni tacones se sacaban a bailar y terminaban besándose.

Esas noches olían a chela, a complicidad, a libertad, porque detrás de esas luces y cabina de sonido se asomaba el brillo majestuoso de la identidad, de aquella identidad que para ellos era gay y para mí se tradujo en valentía.

Muchas fueron las noches en las que me colé al plan de mi hermana en el Cabaretito y años transcurrieron para que en ese mismo sitio hace sólo dos días esa comunidad a la que tanto quiero y admiro me otorgara un reconocimiento en el marco de celebración de la marcha LGBTTTI como “orgullo de mi ciudad”.

Parada en el escenario del antro atiborrado, cargaba mi premio mientras uno de los organizadores me preguntaba “¿Ya conocías el lugar?...” a lo que sólo pude contestar “Sí”, con una enorme sonrisa pensando que en realidad el lugar me conocía bastante a mí.

Sin importar que los noticieros y medios de comunicación siempre bajen la cifra de personas convocadas a la Marcha del Orgullo Gay. Es hermoso saber que este 2018, un millón 800 mil corazones se dieron cita para mostrar que la libertad no está sujeta a condiciones.

Así que ahora contemplando el reconocimiento colgado en la pared, siento que esa Natalia de 14 años tuvo una justificación de pegarse al plan de su hermana para poder observar, vivir las luces y música que guiarían el camino de tantos y eso va mucho más allá de la orientación sexual, es un asunto del alma.