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Rehenes de las agresiones

OPINIÓN

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La intención inicial de esta columna era hablar del campeonato de Chivas, de la trascendencia e importancia del título obtenido por Matías Almeyda y su equipo.

Desmenuzar temas deportivos es, en realidad, la única labor que deberíamos ejercer las mujeres que nos dedicamos a los medios y periodismo especializado en esta materia.

Sin embargo, existe una labor paralela, constante y agotadora que llevamos a cabo en silencio y en ocasiones, soledad y secrecía. Dicho objetivo es abrir de manera consciente espacios en un sistema en el que, de origen, se piensa que no formamos parte, que somos intrusas.

Para la periodista deportiva, la tarea consiste en también cuidarnos del acoso, de la descalificación mientras mantenemos el sano equilibrio de no perdernos de oportunidades profesionales porque “nos quejamos demasiado”.

Ir a cubrir un evento deportivo de alto impacto es el sueño de cualquier periodista que se especialice en esta materia. En mi caso, fue la Final de la UEFA Champions League, en Berlín. En el caso de María Fernanda Mora, compañera y amiga mía, fue la Final de la Liga de Campeones de la Concacaf en Guadalajara. Ambas atravesamos la misma dolorosa situación. Y no hemos sido las únicas, ojalá sí las últimas.  

Ambientes cargados de testosterona, alcohol y frustraciones que se ventilan a través del futbol son el común denominador en esta clase de coberturas. Si bien esta no es una situación privativa de las mujeres (varios colegas también han sido agredidos previamente), la carga sexual y de abuso físico está mucho más marcada cuando el enlace en vivo lo está haciendo una mujer. Los focos de la televisión y el cosquilleo de una cámara que atestigüe las barbaridades que a algunos les parecen divertidas, parecen ser el incentivo perfecto para que algunos se crean con el derecho de agredir a una persona ejerciendo su labor.

No obstante, lo más grave viene después: la revictimización con la viralización de los videos, la complicidad de la misma prensa y la repartición de culpas de parte de quienes analizan la acción desde la comodidad de su pijama con el celular en mano la mañana siguiente. “¿Para qué se va ahí?” “Ella se lo busca, las mujeres no deben estar en esos espacios”. Y es así, como también en el deporte caemos en la clásica fiscalización de las conductas de las mujeres en vez de señalar a los culpables y acosadores. Las mujeres no debemos abandonar el espacio público ni nuestras actividades profesionales, son los perpetuadores de esta clase de conductas quienes deben ser castigados y su herencia debe erradicarse. 

Mientras tanto, la labor silenciosa de tener que preocuparnos por esta clase de situaciones continúa, cuando en realidad nuestra única prioridad y preocupación debería ser el ejercicio de nuestro trabajo.

Ante un hecho como éste, cualquier campeonato pasa a segundo plano.