Cuando se le acaban los argumentos, se refugia en el lugar común. Cuando se terminan las ideas, se encasilla en la generalidad. Cuando parecen escasear las propuestas, descalifica.
Y cuando se siente acorralado, de plano ataca. AMLO ha encontrado en buena parte de la sociedad civil organizada a su nuevo enemigo. Una pena. Mala cosa que quien puntea en todas las encuestas y tiene un pie en la Presidencia, en lugar de buscar unir, se empeñe en dividir.
Peor que lo haga con quienes llevan años empujando agendas ciudadanas, encarando al poder, desnudando corruptelas, y planteando soluciones. “Le tengo mucha desconfianza a todo lo que llaman sociedad civil”, dijo el tabasqueño en un encuentro con periodistas de Milenio hace semanas.
“Quienes se dicen de la sociedad civil quieren apoderarse de la Fiscalía Anticorrupción (…) la mafia del poder quiere nombrar al fiscal anticorrupción”, remató el martes en el Edomex.
La sociedad civil de la que “desconfía” y a la que llama fifi, es la misma que ha acompañado exigencias ciudadanas y sin la cual no se entenderían varias instituciones que son columna vertebral en la democracia. La creación del IFE no fue una concesión, sino una lucha de la sociedad; también la CNDH; igual la evaluación independiente de la política social y la creación del Coneval; y ni se diga la agenda de transparencia y rendición de cuentas, o la iniciativa para contar con una fiscalía independiente.
La sociedad civil conquistó la ley 3 de 3, empujó la creación del Sistema Nacional Anticorrupción, denunció los millonarios desfalcos desde el poder en Veracruz, Chihuahua y Quintana Roo, y alzó la voz en Ayotzinapa, Tlatlaya y Tanhuato.
No es homogénea. La sociedad civil es plural y diversa como nuestro país, sus causas y problemas. También dentro de ella hay diferencias, pero no por eso cierran la puerta al diálogo.
Tampoco tendría que hacerlo quien aspira a gobernar para todos. Si es que quiere gobernar para todos, claro. Nada bueno puede venir de segregar en “buenos” y “malos”, “legítimos” y “mafiosos”, a capricho y dependiendo el humor político.
Andrés Manuel, víctima de una campaña de miedo desde hace años, receptor de la polarización que desde el poder se generó en torno a su figura, lejos de apartarse de la misma, la alimenta con posiciones sectarias.
Parece sentirse cómodo sólo entre quienes le aplauden. Al que piensa distinto, lo ve como rival.
Al que se atreve a disentir, lo percibe como enemigo. Mientras sus rivales lo atacan sin tregua, pues lo perciben herido tras el debate, la sociedad civil le ha extendido la mano.
¿Seguirá bateándolos? Ganaría más escuchándola. Está más cerca que nunca de ganar la Presidencia, pero él mismo se empeña en meterse el pie.
-OFF THE RECORD
Dos equipos. Uno, el de Sheinbaum; el otro, de Andrés Manuel López Beltrán, ‘Andy’. Candidatos de Morena a diputados y alcaldes en CDMX se quejan. Necesitan pulso de cirujano para no herir susceptibilidades