Desde todos los frentes, Andrés Manuel López Obrador es otra vez un peligro para México: un hombre violento, un político que no atiende razones, un presidenciable que desea poner a los criminales en la calle, un candidato que ha ocultado durante tres lustros sus ingresos, un mentiroso que viaja en aviones privados.
Esa es la narrativa que el PRI y la campaña de José Antonio Meade han puesto en marcha desde el primer día de la semana, una batalla librada por aire, en la mayor parte de los medios de radio, prensa y televisión, y por tierra, con miles de priístas que los fines de semana ocuparán calles y parques para replicar el antídoto que nos libre del veneno de Andrés Manuel López Obrador.
La guerra, que continuará los siguientes días con nuevos promocionales de Meade (amnistía y fuga de capitales extranjeros) incluye mentiras y medias verdades, y ha coincidido con la irrupción en escena del hombre más rico de México, Carlos Slim, para defender el proyecto del nuevo aeropuerto internacional en Texcoco, que López Obrador ha anunciado que cancelará en vista de la corrupción en los contratos y las críticas ambientales al proyecto.
Slim es uno de los socios e inversores del aeropuerto, construido por Fernando Romero, un arquitecto casado con una de sus hijas. Tanto el millonario como el yerno han defendido el proyecto con el mismo argumento: es el aeropuerto en construcción más grande del planeta y para México representa un futuro de competencia y posibilidades.
¿Tienen razón Slim y el yerno? Puede ser. Los antecedentes, sin embargo, sugieren cosas distintas: trampas, conflictos de intereses, favoritismos.
Un episodio iluminador es el concurso de adjudicación de la obra, un proyecto de 120 mil millones de pesos por el que compitieron 10 constructoras, una de ellas IDEAL, propiedad de Slim. Una de las reglas de la convocatoria consistía en que ninguno de los participantes hiciera públicos detalles de su propuesta.
Pero entonces sucedió algo que en este país es mucho más que una anécdota: Fernando Romero, quien participaba en el concurso en tándem con el británico Norman Foster, ganador del Premio Pritzker, hizo en abril una deslumbrante presentación de la propuesta ante autoridades de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes del gobierno de Enrique Peña Nieto.
La publicación (Milenio, 22 de mayo de 2014) dejó sin aliento a los otros seis arquitectos mexicanos invitados a condición de que convocaran a un aliado internacional con experiencia aeroportuaria.
Si las reglas se hubieran cumplido, Romero tendría que haber sido descalificado por violar una condición escrita en la convocatoria. Lejos de eso, la osadía de Romero y la permisibilidad del gobierno federal fueron interpretados por el arquitecto Enrique Norten –uno de los participantes– como “la favorable preponderancia de Grupo Carso”.
“¿La decisión será política o arquitectónica?”, preguntó Norten.
La decisión fue política. El gobierno de Peña favoreció a Slim, que el lunes entró a la guerra envuelto en la bandera de otro de sus negocios.