El secretario general de la OEA, al inaugurar la VIII Cumbre de las Américas hace unos días, en Perú, dio un discurso demoledor frente a 35 líderes.
La corrupción, un mal endémico. Una enfermedad hereditaria y autoinmune de los sistemas políticos. Apuntaba que hay que combatir la enfermedad, no al sistema. Hizo hincapié en los efectos y en las causas; en el disfraz que viste su combate en algunos países; en la responsabilidad de las instituciones y de los jueces.
Nos recuerda que el opresor y el corrupto son parientes cercanos. Reflexiona sobre el estrecho vínculo entre la violación de derechos humanos y la corrupción; libertad y democracia, soslayados por la corrupción, hace que algunos vivan fuera del Estado de Derecho.
En México resulta urgente reconocer la importancia que tenemos los ciudadanos en esta lucha. Cada ciudadano, líder, diplomático, funcionario, ministro de culto, profesor, comerciante o empresario tenemos una tarea fundamental.
Y no es únicamente ser críticos y apuntar hacia donde haya corrupción, denunciarla, sumar nuestras voces maldiciéndola junto con sus partícipes; nuestra tarea debiera ser sensibilizarnos de que somos parte de ella. Lograr un cambio cultural es indispensable.
Sin importar la época del año, si existe o no un proceso electoral en puerta, si es tarde, si estamos todos los que tenemos que estar o no, es preciso que adoptemos una nueva conciencia.
Esperar a que la política pública sea la adecuada o que las instancias sancionatorias tengan resultados más efectivos, será no reconocer la corresponsabilidad de todos los actores de la sociedad.
Aplazar esa tarea, de ese empoderamiento ciudadano como parte de la solución activa, mediante cada acción individual y colectiva, reitero, no es achacable únicamente al gobierno, sino también a la ciudadanía.
Tenemos que aceptar que está mal hacer el mal; está mal no cumplir la ley; que es reprobable mentir; que es indigno ganar a costa de la trampa; que es vergonzoso pertenecer al grupo de simuladores que engañan; que es degradante saber que México ocupa el lugar que ocupa en la percepción de corrupción a nivel mundial.
No hacerlo, también es corrupción, porque se acepta, se tolera, se disimula y se disfraza. Sumémonos a predicar menos y ser ejemplares. Un viejo campesino me dijo alguna vez que “nadie predica mejor que la hormiga, y no habla”.
Aceptemos que nuestros niños aprenden más de lo que ven, que de lo que oyen; que no hay mejor educación, que el ejemplo. Hagamos eco e instauremos una campaña que sume mejores prácticas en las empresas, modelos de conducta, de comportamiento, de equidad.
Forjemos modelos de mujeres y hombres a seguir. Además de sufrir por aquellos que padecen corrupción como la injusticia y la desigualdad, combatámosla. No nos sumemos a la voz que dice que no podemos hacer nada.
Podemos poner el ejemplo.
Jueves 16 de Enero de 2025