La semana pasada se presentó en Washington la edición 2018 del anuario The Military Balance, del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS), una organización no gubernamental con base en Londres y sedes regionales en Washington, Singapur y Bahréin.
El IISS se ha dedicado, desde 1958, a investigar y publicar los datos más precisos posibles sobre la capacidad militar de la mayoría de los países del mundo.
Este año, los puntos focales de la publicación se concentran en dos superpotencias emergentes, o más bien, una reemergente Rusia, que busca regresar a su capacidad de influencia y una imparable China, que comienzan –cada uno por su cuenta- a transformarse en actores mucho más significativos de la comunidad internacional, influyendo de manera directa en el desarrollo del mundo.
En el caso de Rusia, el enfoque de la publicación coincide con el anuncio de Vladimir Putin –también la semana pasada-de que posee una nueva generaciónde armamento estratégico que es capaz de neutralizar cualquier tipo de defensa antimisil en Occidente.
El “promo” de sus nuevos juguetes simulaba un ataque hipersónico a lo que aparentemente era el estado de Florida.
Al mismo tiempo, Rusia desarrolla una gran capacidad para utilizar nuevas tecnologías en campañas de influencia diseñadas para intervenir e influenciar en procesos democráticos electorales alrededor del mundo. Para aquellos escépticos que consideren todas estas armas demasiado poderosas para jamás ser empleadas, en las últimas semanas Rusia desplegó a Siria dos ejemplos de sus más recientes desarrollos militares convencional: el Sukhoi Su-57, un avión de combate invisible al radar (furtivo), y una batería móvil de misiles antiaéreos S-400 capaz de derribar a cualquier adversario en una “burbuja” con un radio de 400 km y a una altura de 185 km.
China por su parte busca tomar la delantera en cuanto al desarrollo de sus capacidades de proyección de poder. El año pasado anunció que botó al mar el primer portaviones chino, el 001, ya que el anterior portaviones llamado Liaoning y que databa de 2012, era un portaviones soviético modificado con avances tecnológicos locales y utilizado para desarrollar doctrina marítima en China.
El Ejército Popular Chino lo había comprado a Ucrania en 1998, utilizando como frente a una empresa basada en Macao, bajo el pretexto de convertirlo en un casino flotante.
En enero de este año, China anunció la construcción de su segundo portaviones autóctono (tercero en total), el casco 002, que será el primer portaviones de propulsión nuclear de China. En cuanto al aire, a mediados de febrero, China anunció públicamente que su primer escuadrón de aviones furtivos J-20 ya estaba operativo, adelantándose un poco a Rusia y con la que podrán controlar buena parte de la navegación en el Pacífico.
Sin realizar un juicio sobre sus intenciones, podemos identificar que tanto China como Rusia apuestan fuerte en el uso de nuevas tecnologías, desde inteligencia artificial hasta vehículos hipersónicos para establecer su lugar en el globo, proteger sus intereses y proyectar fuerza.
Emplean a sus servicios de inteligencia, defensa y seguridad nacional con claros objetivos estratégicos diseñados para mejorar su posición en el mundo.
En México -mientras tanto- el debate militar se concentra en si debemos o no formalizar el uso de las Fuerzas Armadas en una función que han desempeñado por más o menos 100 años y a varios políticos, analistas y –preocupantemente- académicos que le parece “escandalosamente alarmante” que la Armada de México haya planeado comprar seis (tristes) misiles tácticos para armar a su única fragata en construcción.
Paralelamente, los servicios de inteligencia mexicanos engrosan sus capacidades para darles “seguimiento” a los precandidatos…
Considerando que México va con rumbo directo a convertirse en una de las 10 economías más poderosas del mundo para 2030, parece por lo menos razonable, comenzar a planear cómo vamos a protegerla y de quién.
POR ÍÑIGO GUEVARA MOYANO
Consultor de la compañía Jane's, basada en Washington