Egipto, cinco (más cinco) años de Al-Sisi

En Egipto, la desintegración social y política que se observa desde las sublevaciones de enero de 2011 se explica por la respuesta militar contra reclamos populares a favor de libertades democráticas y la dignidad humana, así como por la falta de experiencia y organización de los islamistas, los autócratas de la "vieja guardia" y los grupos de oposición seculares-nacionalistas. A su vez, el sistema internacional funge como otro obstáculo a las posibilidades de democracia en ese país.   Desde el golpe militar de 2013 que encabezó contra Mohamed Morsi, el mariscal Abdelfatá al-Sisi, presidente que busca reelegirse, ha tenido mal historial: déficit público, pobreza y deuda externa, decremento del turismo, caída de inversiones y de la reserva de divisas. Egipto es receptor de fondos, ayuda y préstamos que responden a intereses de terceros, como Arabia Saudí, Emiratos Árabes y Kuwait.   La oposición, la prensa crítica y grupos de la sociedad civil han sido blanco contra los que se ha ensañado el gobierno desde 2013. Aumenta la lista de periodistas extranjeros expulsados del país, y quedan pocos medios locales independientes. Con Al-Sisi se introdujo una ley que restringe el trabajo de ONGs. Se multiplicaron las ejecuciones extrajudiciales y torturas, que apenas ameritan atención internacional.   Bajo el gobierno de Al-Sisi han ocurrido los dos peores atentados terroristas en la historia moderna de Egipto: el bombardeo del avión ruso (31 de octubre 2015) y la mezquita al-Rawda (24 de noviembre 2017).   La insurgencia en el Sinaí no cede a pesar de casi una década de políticas intensivas de contrainsurgencia y contraterrorismo (mezcla de guerra de guerrillas y tácticas de terror urbano) sin restricciones de leyes o moralidad, del apoyo de milicianos tribales, de las contribuciones de EU (financiamiento, capacitación y equipo), y de Israel en inteligencia y operaciones tácticas. La naturaleza de la crisis exige una estrategia más compleja e integral, a la que el entorno político y socioeconómico egipcio (y palestino) no ayuda en lo absoluto.   En política exterior, Egipto regaló a Arabia Saudí la soberanía de las islas del mar Rojo de Tiran y Sanafir. Con los vecinos africanos, la discordia con Sudán y Etiopía persiste por la preocupación de El Cairo de que Sudán permita a Turquía construir una base militar y la frustración de que Sudán se esté alineando con Etiopía en un conflicto sobre la Gran Presa Renacentista Etiope, que El Cairo teme que reduzca el suministro de agua del río Nilo.   En el tema palestino, después del anuncio de Trump sobre el traslado de su embajada a Jerusalén, se reveló que un oficial de inteligencia egipcio presionó a los medios para que se pronunciaran a favor e influyeran en la opinión pública.   Por ahora Al-Sisi, que seguramente ejercerá un segundo mandato, habrá logrado, con ayuda del sistema, completar la farsa electoral. Sus apoyos no son del electorado joven, y no se permitió a la oposición expresarse; las políticas del mariscal han contribuido a exacerbar el puritanismo religioso y la violencia sociales. El riesgo de que Al-Sisi pierda el control es real y sigue acrecentándose. Queda por ver cuándo y cómo lo perderá.    Investigadora del Colmex*