Ese hilo de empatía llamado cine

Cuando era niña me obsesioné completamente con una película llamada El jardín secreto. La protagonista era una niña que se quedaba sin sus padres y era adoptada por un tío incapaz de superar la muerte de su esposa. En aquella época yo admiraba a este personaje por fuerte y valiente, me parecía vulnerable y hermoso. La trama apuntaba a cómo la gente que está rota en el mundo tiene la oportunidad de completarse mutuamente, de lamerse las heridas y equilibrar esta balanza de pérdida con amor, ese amor en el que a mí me gusta pensar que es imperfecto y real. En esa época mi familia estaba completa y yo hubiera muerto de miedo siquiera de imaginar que en algún momento yo me encontraría en una situación similar a la de la protagonista. Una vez que perdí a mi mamá, sentí recordar en carne propia algunos de los momentos de la cinta. Era como si me consolara de alguna extraña manera sentirme perseguida por un lente que era cómplice de aquellos tiempos de soledad y de enojo. Pero también he de aceptar que lejos de sólo sentirme identificada por el drama de mi entonces película favorita, existían momentos en los que mi referente favorito eran las escenas en las que esta niña lograba ser empática con los demás y con ella misma. Pude recordar como sólo mejoró su situación cuando dejó de pelear con ella, cuando aceptó esa realidad que lejos de gustarle le pesaba, pero la transformaría en la persona que logra vencer. Evidentemente yo no venía de India, ni me mandaron con un tío a un castillo cerca de Londres (que no hubiera estado nada mal), pero sí me encontraba sin raíz y sabiendo que tendría que reunir demasiado valor para ponerme en una mejor situación en este mundo, sabía que las cintas como los libros y los amigos no llegan por casualidad... son maestros de lo imposible, aliados poderosísimos de la aventura del mundo real. Así es, en esos momentos ni psicólogos ni tanatólogos estuvieron a mi disposición, pero les impresionaría las reflexiones y verdades a las que me llevó esta cinta y varias otras. Así pues, no puedo imaginarme mi vida sin cine, sin historias, sin personajes como Annie Lenox que me acompañaron y me sirvieron a entenderme desde una ficción que terminó siendo tal vez el aspecto más real de mi vida. A todos los que tienen una historia que contar les suplico que lo hagan y les recuerdo que en algún lugar existe un niño en la necesidad absoluta de conocerla, de conocerse a través de ese hilo invisible de complicidad llamado cine.