Para Chiara y Camila
El debate sobre los controles a la venta y posesión de armas de fuego en EU, es cíclico. Se intensifica tras una matanza cuyas dolorosas imágenes sintetizan la composición del tejido social y el entender de la “América Profunda” o al ver la lágrima derramada por un Presidente cuando insta a la razón pero el arraigo de la Segunda Enmienda constitucional y la fuerza –casi indestructible— del cabildeo a favor de las armas, resulta más poderoso y peor aún, más asequible y conveniente para la plaza pública y élite gobernante.
Pero la Marcha Por Nuestras Vidas que congregó el sábado cerca de 800 mil personas en Washington, DC, y se replicó con 800 manifestaciones hermanas y eventos en varias ciudades de EU y del mundo, tiene visos de sostenibilidad.
Este nuevo movimiento está propulsado por el hartazgo, la honda decepción y el escepticismo hacia el establishment político y la rabia del futuro elector estadounidense. Nada más poderoso que el discurso de Emma González, sobreviviente de la matanza en la preparatoria de Parkland, Florida.
De 6 minutos, 20 segundos que duró –los mismos en los que un rifle AR-15 acabó con las vidas de 17 estudiantes—, cuatro los dedicó a que las masas se sumaran a un silencio intolerable.
Emma mostró la elocuencia del silencio. Un mutismo que para los congresistas y el Ejecutivo de EU debiera resultar más aterrador que la intimidación y el chantaje en forma de recursos a los que recurre la Asociación Nacional del Rifle (NRA) para financiar campañas en EU.
Esta Marcha (sí, con mayúsculas) fue diferente. Al igual que el sismo del 19 de septiembre de 2017 en México, fue el despertar cívico de la generación milenial y post-milenial. La juventud de EU encontró la causa o el dolor que curó su apatía. Los milenials dejaron a un lado su pseudoactivismo que se ceñía a lamentar desde la comodidad de sus habitaciones con mensajes en Twitter.
Tomaron las calles y probable- mente, las urnas de las elecciones intermedias que en noviembre renovará toda la Cámara de Representantes y un tercio del Senado así como de las elecciones presidenciales de 2020. La posibilidad de que La Marcha Por Nuestras Vidas se convierta en una fuerza genuinamente disruptiva dependerá de tres factores: a) de su sostenibilidad y capacidad de organización por lo menos hasta las elecciones intermedias; b) que el electorado joven se registre para votar; y, c) lo que resulta obvio, pero no lo es: que acudan a las urnas.
Es un fenómeno muy similar a lo que sucede con el electorado latino en EU: los jóvenes estadounidenses se registran para votar, pero no sufragan. En comparación con el voto adulto (que en regiones como el Rust Belt tienden a privilegiar las posiciones nativistas a favor de la posesión de armas sin restricción alguna), los jóvenes votan en menores proporciones en las intermedias. Si por lo regular son un referéndum sobre la gestión del Ejecutivo en turno, este noviembre lo serán aun mas en el caso de la administración Trump.
Según el Pew Research Center, si bien los jóvenes no necesariamente tienden a apoyar uniformemente a los demócratas o mas estrictas regulaciones antiarmas, se trata de un grupo que: a) combina creencias liberales con un escepticismo creciente del orden político y económico sobre todo desde la elección de Trump; b) privilegia las posiciones que se inclinan hacia la izquierda del centro; c) se han pronunciado más a favor de los demócratas. Como se atestiguó el sábado, los jóvenes manifestantes son una población muy diversa en términos de minorías raciales. Según CNN, la mitad de los postmilenials son parte de una minoría racial que en las últimas tres presidenciales ha endosado y apoyado las candidaturas demócratas.
Se suma el hecho de que las minorías conforman más de la mitad de los post-milenials que viven en 13 estados, Washington, DC y más de 40% viven en 11 estados adicionales, entre los cuales destacan algunos que han sido bisagra en las últimas elecciones como Arizona, Carolina del Norte, Florida, Nevada, Virginia y Texas que puede convertirse en estado color morado tendiendo a azul.
De acuerdo con Everytown for Gun Safety, que encabeza el ex alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, en un día promedio en EU, 96 personas, 7 niños y adolescentes son asesinados con un arma; 62% de las muertes causadas por el uso de un arma son suicidios y 13 mil homicidios con armas de fue- go se registran al año.
Si esta realidad no le preocupa a Trump y al Congreso; siguen sin considerarla una suerte de “terrorismo permanente” y continúan siendo víctimas del cabildeo del NRA, el per l y las preferencias del milenial y post-milenial sí deberían serlo. Si los jóvenes post-Parkland se mantienen cerrando filas y se pronuncian en las urnas, los días pueden estar contados para el Partido Republicano en el Capitolio e incluso, para el propio habitante de Pensilvania 1600. *