Como la bruma

Me tocó conocerla en ciernes. Apenas trazaban con cal lo que después sería una casa de carcajadas. Hay mucha agua -o más que en el resto del Valle de Guadalupe- y se nota. Nos hospedaron por primera vez después de una lluvia torrencial, y recuerdo la anécdota de nuestro anfitrión exprimiendo jergas antes de que comenzara la función. Cenamos borrego abajo de ese maravilloso árbol y bebimos -como es natural ahí-, más de lo indicado. Y sí, comenzó la función de Bruma, y fue la primera de muchas noches estelares y de éxitos. Me he perdido entre sus senderos en bicicleta, romanceado bajo sus estrellas y desayunado en lo que eventualmente sería la vinícola que hoy la revista Food & Wine incluye en la lista de las más impresionantes estéticamente del mundo, no sólo por ese paraje maravilloso y lo que alcanza a ver la vista, sino por su diseño y arquitectura únicos. Bruma es “un proyecto integrado completamente al entorno”. Se reubicó la vegetación existente, y me tocó ver cómo medían casi entre centímetros la distancia entre una cactácea y otra en paisajes increíbles y a temperaturas terribles. El arquitecto, Alejandro D’Acosta, construyó la vinícola coronando un encino de cientos de años que encontraron por ahí. Todo en Bruma tiene una razón de ser. Hasta esa pared color baño de Cuautla. Pasa el tiempo y quiero y admiro más a sus creadores, Juan Pablo Arroyuelo, incansable promotor y líder de Bruma, ese proyecto al final del Valle de Guadalupe que hoy es vinícola, hotel, villas y restaurante, Fauna, del chef David Castro Hussong y donde se pasan buenísimas tardes con vista espectacular y gran, gran tomahawk asado entre piedras, vides y muchísima emoción. Y a Virginia, por supuesto, porque se nota en los detalles. En Bruma nacerán buenos vinos, buenos proyectos y buenos amigos. Esa tierra es generosa en sonrisa y así como han visto pasar la vida esos olivos, verán pasar la de un proyecto que orgullosa he vivido de cerquita. Enhorabuena. POR VALENTINA ORTIZ MONASTERIO