La ideología del régimen priista, ya anacrónico, es el nacionalismo revolucionario, que durante casi un siglo dominó, hegemonizó --en el sentido que establece Gramsci-- en la sociedad mexicana. Lo hizo, por lo tanto, desde el punto de vista político, social, económico, es decir, culturalmente, para continuar en la concepción gramciana.
A partir de 1916, el nacionalismo revolucionario personalizado en caudillos militares, comenzó a barrer con todo resabio del neo feudalismo porfirista; sin embargo, el régimen (el priismo) nunca pudo consolidar un régimen liberal. No lo hicieron ni desde el punto de vista económico, y menos desde la concepción política.
En realidad, lo que construyó fue un régimen autoritario y antidemocrático (la dictadura perfecta le llamo Vargas LIosa), y un modelo económico sostenido en monopolios estatales y privados concesionados por el mismo Estado. Así durante casi 80 años.
Para hacerlo posible, los caudillos militares y los monarcas sexenales se apoyaron en tres grandes columnas, que durante décadas han sostenido al régimen priista, aun ahora, en su plena decadencia.
La primera fue el Ejército como instrumento represor y limitante del ejercicio de libertades civiles; la segunda, la construcción y funcionamiento de una compleja maquinaria de control corporativo sobre las masas populares y una buena parte de los empresarios privados; la tercera fue el presidencialismo autoritario y concentrador del poder en un solo individuo.
Estos pilares en los que aún se sostiene el priismo anacrónico, son los que hay que eliminar o transformar, para poder estar en condiciones de construir un nuevo régimen. Si estos pilares del ancien regime no se cambian, entonces nos encontramos en una nueva versión de un reiterado proceso de restauración o de regeneración del viejo régimen priista. En realidad, esto es lo que se proponen Peña Nieto y su candidato Meade, y es lo mismo que pretende López Obrador.
¿Quienes son los priistas que ahora acompañan a López Obrador? Principalmente los identificados con el viejo nacionalismo revolucionario, y con el nefasto presidencialismo autoritario.
Veamos: Elba Esther Gordillo, la temible dirigente del SNTE; Napoleón Gómez Urrutia, heredero del imperio económico de Napoleón Gómez Sada, que incluía al sindicato minero corporativizado; Ricardo Monreal, prominente líder de la CNC; Manuel Bartlett, ex secretario de gobernación en el gobierno priista y opositor a toda reforma contra el nacionalismo revolucionario; Esteban Moctezuma ex secretario de gobernación del priismo; Hugo Eric Sandoval dirigente del PES; Carlos Lomelí, candidato de Morena a gobernador en Jalisco, empresario farmacéutico contratista del gobierno y enriquecido con la venta de medicinas a precios descomunales; éste es el mismo caso de Alfonso Romo, astuto contratista gubernamental; y en esta incompleta galería, es necesario mencionar a Alberto Anaya, el aliado mexicano de Kim Jong Un, líder de Corea del Norte, el ejemplo viviente de un régimen de concentración absoluta del poder en un solo individuo.
AMLO no pretende ningún cambio sustantivo de la vida social, económica y política del país; lo que se propone es un proceso restaurador de la hegemonía del régimen priista y del presidencialismo autoritario. Es la copia fiel de un bonapartismo restaurador del sistema monárquico-presidencialista y de los privilegios de las y los cortesanos del sistema priista.