Estados Unidos está ahora en medio de un debate que parecería innecesario en torno a la idea de un gran desfile militar anual que muestre, Urbi et Orbe, su poderío militar.
Puede ser porque se trata de una propuesta del actual presidente Donald Trump, un enamorado de las apariencias y el eje de un constante huracán de debates, pero también alguien que ha demostrado un instinto político por el espectáculo.
Trump desea hacer un gran show de fuerza luego de ver el desfile conmemorativo del Día de la Bastilla en París, como invitado especial del presidente Emmanuel Macron.
Y pocas cosas hay más formidables y patrióticas que un desfile militar.
Pero un despliegue de ese tipo no es la norma en Estados Unidos, la principal potencia militar del mundo.
Para algunos se trata del ego de Trump, tan grande como frágil y necesitado siempre del aplauso, encabezado normalmente por él mismo. Para otros es un gasto innecesario. Para algunos más, una expresión patriótica en un país donde los militares son objeto de respeto.
Claro que puede ser algo simplemente conmemorativo, pero también un gran gesto que se ubique en su agenda de "Estados Unidos primero", y como Kim Jong-Un en Corea del Norte, una forma de advertir a propios y extraños sobre su capacidad de destrucción.
Para muchos estadounidenses se trata de un gesto superfluo. Después de todo, ya saben que tienen de lejos el mayor presupuesto militar del mundo, que tienen bases o puestos militares en más de 70 países, una presencia naval que patrulla rutas marítimas en todos los océanos, satélites de espionaje, etcétera. Y eso sin contar con las empresas de seguridad privadas y sus cuerpos mercenarios.
Pero también es cierto que la relación entre los militares y la sociedad estadounidense puede calificarse como íntima. Los miembros de las Fuerzas Armadas tienen una situación especial. Son, por un lado, queridos y respetados como defensores de intereses y seguridad del pueblo estadounidense, al mismo tiempo que son parte integral de esa sociedad: son hijos, vecinos, padres, familiares o amigos. El servicio militar ha sido un instrumento de avance para muchos y sus beneficios les han permitido estudiar en universidades y asegurado carreras.
Pero la tradición de grandes desfiles militares no existe. Hubo, por supuesto, los grandes momentos al final de las guerras mundiales, pero nunca uno que fuera explícitamente una demostración de fuerza.
Y ese es el espíritu de lo que propone Trump y la razón del debate. Algunos toman la idea como una expresión del "cesarismo" de que se acusa a Trump, que busca identificar a sus adversarios como enemigos del país y a sus críticos como traidores a la patria.
Pero quien esto escribe recuerda el shock de muchos estadounidenses cuando el 11 de septiembre de 2001 vieron camiones blindados y baterías de proyectiles antiaéreos en las calles y parques de Washington, luego del ataque terrorista. Fue tranquilizante, pero también aterrador...