Costa Rica va a la segunda vuelta electoral en abril, después de los comicios del 4 de febrero de 2018, resultado de un proceso de participación cívica que consolida un cambio definitivo de la correlación política interna del país.
Es la segunda vez consecutiva que se presenta un candidato que no responde a las opciones políticas tradicionales. Ocurrió con la elección del presidente actual, Luis Guillermo Solís, politólogo e historiador que asumió el cargo el 8 de mayo de 2014, cuando el Partido Acción Ciudadana , la primera opción por electorado costarricense en ese momento.
Ahora son dos periodistas los que concurrirán convocando al voto con opciones claramente diferenciadas. Se postula la opción plural y liberal a favor de la igualdad para convocar una amplia alianza nacional ante una opción conservadora inclinada a la incorporación de valores religiosos al gobernar.
Carlos Alvarado Quesada, con 21.7% del voto, participa desde la misma plataforma que el actual presidente, después de ser ministro del trabajo en la actual administración. Autor de Temporada en Brighton, su producción intelectual convoca la perspectiva global desde la intercultural, a favor de nuevos esquemas políticos de inserción como ocurre con formaciones similares en Grecia, Portugal, Francia y España. Fabricio Alvarado contiende contra el partido en el gobierno del Partido Restauración Nacional, quien obtuvo 24.8% de la primera votación. Se enfrenta con la aplicación de conceptos morales y religiosos cristianos en la vida pública en unos comicios en los que el abstencionismo se mantuvo cerca de 34%. De las dos fuerzas tradicionales, el Partido Liberación Nacional obtuvo cerca de 18.7%, mientras el Partido Unidad Social Cristiana aproximadamente 16.1%. Juntos suman más de 30% del apoyo popular. El panorama real implica cuatro fuerzas políticas entre las primeras de Costa Rica, lo que considerando la historia tradicional de América Latina y El Caribe, representa un cambio de rumbo. El cambio geopolítico no tardará en proyectarse en el conjunto de la escena centroamericana. Todos obtuvieron apoyo suficiente para hacerse oír en los espacios parlamentarios o en las alianzas, al ofrecer respaldo o aliarse en el gobierno que se forme o como contrapeso político.
La segunda vuelta podría considerarse una solución alterna, que no resuelve lo que muchos analistas quisieran observar con una mayoría clara, algo ya no común de encontrar. Como en muchos países europeos y latinoamericanos, la opción es el cambio de los modelos de dos o tres partidos comunes en los regímenes anteriores. Los esquemas incluyentes de gobierno abierto, más la necesidad de nuevos esquemas de gobernanza representan retos diferentes para las agendas políticas regionales.
En las últimas décadas del siglo XX, era común escuchar que Costa Rica era como una Suiza centroamericana, en la que no ocurrían problemas como los de otros países, como las crisis políticas recurrentes o conflictos político–militares derivados de la falta de conciliación de perspectivas nacionales que han llevado a guerras con fuertes consecuencias humanitarias regionales. Sin duda, Centroamérica sigue escribiendo con nuevas líneas en la historia política latinoamericana.