¿Watergate otra vez?

"Aquí estamos otra vez", empezó el texto publicado por The Washington Post para de inmediato recordar que como hace 43 años, un presidente "poderoso y determinado" enfrenta a un investigador independiente del Departamento de Justicia. El mandatario actual se llama Donald Trump. El de hace 43 años, Richard M. Nixon. El fiscal en cuestión ahora se llama Robert Mueller y los autores del artículo son parte de la mitología periodística: Robert Woodward y Carl Bernstein. Y por si alguien dudara, la comparación evidente es el caso Watergate, el Santo Grial del periodismo mundial, que llevó a Woodward y Bernstein a una merecida fama, y a Nixon a la renuncia y al oprobio. Ambos casos se refieren a los extremos que un candidato o sus adláteres pueden alcanzar para mantener o conquistar el poder: Nixon y su Comité por la Reelección del Presidente usaron espionaje doméstico, mentira, ocultamiento de información y ataques a los medios. El problema llegó a crisis el 19 de octubre de 1973, cuando una serie de dramáticos intercambios llevó a la llamada "Masacre del Sábado por la Noche", cuando el Procurador General Elliot Richardson, y el Subprocurador William Ruckelshaus, renunciaron antes que despedir al entonces fiscal especial, Archibald Cox. Ese, según Woodward y Bernstein, fue un momento pivotal para la investigación y el caso Watergate. La indagación que hoy provoca las comparaciones es la encabezada por Mueller respecto a la injerencia rusa en las elecciones estadounidenses y sus vinculaciones con la campaña presidencial de Trump. Y aunque hasta ahora parece haber más ruido que nueces, también es cierto que hay hechos reales que por lo menos dan la impresión de culpabilidad y la posibilidad de delitos reales, como los intentos de ocultar reuniones entre familiares y aliados de Trump con presuntos agentes rusos. Trump y su equipo han cuestionado tanto la integridad de Mueller como la de sus subordinados, la de otros funcionarios del Departamento de Justicia y muy en directo la de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI). La fórmula puede ser una señal de la gravedad del caso y la alarma de la Casa Blanca frente a la pesquisa, como creen o quieren creer los adversarios de Trump, que ven en la indagación rusa la posibilidad de impugnar constitucionalmente a un presidente al que detestan. Pero puede ser también la naturaleza de Trump, cuyo primer instinto ante un problema es litigar y demandar, como le enseñó Roy Cohn, el abogado de la Mafia que fue su mentor. En los 50, Cohn fue uno de los abogados del Comité de Actividades Antiestadounidenses de la Cámara baja, que presidió Nixon, activo participante en lo que aún hoy se considera como una "cacería de brujas" del macartismo. Hace 43 años los estadounidenses parecían azorados por la posibilidad de que su presidente les mintiera. Hoy existe un sector dispuesto a respaldarlo activamente y eso complica enormemente la posibilidad de una impugnación.