La política exterior estadounidense encuentra un problema cada vez más grande, y no se trata de sus competidores geopolíticos o comerciales.
Se trata de Donald Trump, el hombre que hoy ocupa la Presidencia de Estados Unidos y está en el centro de un huracán de escándalos y controversias.
Tradicionalmente los estrategas estadounidenses se han felicitado de estar enmedio de dos océanos y con dos paises amigables y mas débiles en las fronteras. Eso ayudó además a que pudieran concentrarse en otras zonas de interés comercial, económico o político y convertirlos en el hegemón mundial. De hecho, fue uno de los factores que le permitió establecerse como el núcleo de un sistema mundial económico y político.
Esa parte no ha cambiado, pero las formas asumidas por Trump hacia aliados cercanos y lejanos consolida una tendencia: gran parte de América Latina, que aún consideran su "patio trasero", parece más que cansada de ser objeto de la negligencia benigna, el paternalismo o como en el caso actual, de insultos y desplantes.
Y con ello de repente las élites estadounidenses comienzan a darse cuenta de que su país está en camino de perder influencia en el mundo que ellos mismos crearon y Rex Tillerson, secretario de Estado, hace una gira por la región para subrayar las buenas relaciones, los lazos sociales, políticos y económicos que atan al continente y advertir contra la injerencia política rusa o el atractivo económico y comercial de la República Popular China.
Pero llegan un poco tarde, aunque podría afirmarse que cualesquier influencia política que pueda tener Rusia en la región es, o bien, a través de ilusas nostalgias que quieren ver la sombra del "internacionalismo socialista" o como simbólico contraste y contrapeso político de EU.
Con China es diferente y mucho más importante. Con un más que considerable apetito por productos básicos y una enorme disponibilidad de fondos, China es ahora el principal socio comercial de Brasil, Perú y Chile y el segundo en América Latina en general, México incluido. Se ha convertido en una importante fuente de financiamiento para proyectos de infraestructura, frecuentemente en términos más generosos que los ofrecidos por EU y hasta ahora al menos sin condiciones políticas explícitas.
Eso no quiere decir que no puedan cambiar en el futuro y los préstamos, aún los más generosos, deben pagarse. Las inversiones chinas en la región no han estado exentas de polémicas, pero a cambio no hay condicionantes a los temas de moda en la política de la metrópoli –tan positiva como sea la presión por derechos humanos, laborales, democratización o medio ambiente– y el presunto beneficiario no ve su "ropa sucia" expuesta en el debate público.
Lo que China ofrece ahora parece al menos mejor que lo presentado por EU, donde el actual Presidente ve a Latinoamérica sólo como fuente de drogas, migrantes y competencia comercial "injusta". Peor aún, ahí donde la retórica china es amistosa lo que sale de la Casa Blanca es un frecuente contrapunto a la política oficial de Washington.