En las últimas décadas, dos visiones opuestas sobre lo que debe ser este país han jalado agua para su molino. De un lado, la triunfalista, la del México moment como potencia emergente; del otro, la oscurantista, la del discurso de que estamos peor que nunca.
Con la misma tensión y fuerza de manipulación política y social cada una de estas posiciones ha heredado al mexicano la sensación generalizada de que alguien, un poder omnipresente mejor conocido como Estado, lo ha timado.
Y no sólo eso. La impresión de que también el gobierno dirige, de algún modo, como causa y consecuencia de la mayoría de sus desgracias aunque sea de manera indirecta, como que no pueda comprarse los últimos caprichos tecnológicos o que no pueda ir de shopping a Texas o de amigos a Las Vegas….
Esta visión de culpar a un Estado tiene un antecedente interesante que, guardando sus distancias, podría servir como referencia para los mexicanos, sobre la responsabilidad individual frente a nuestra propia vida y, en consecuencia, frente al país y ante el mundo.
Se remonta a la Segunda Guerra Mundial, cuando Francia pasó en décadas de ser uno de los imperios más importantes de Europa a un país derrotado que se puso de rodillas frente a los nazis. Esta decadencia dejó a la población una sensación de orfandad: el gobierno ya no podría garantizarles nada, como tampoco lo había hecho Dios en medio de la desolación bélica.
En ese contexto, se abrió paso el existencialismo. La corriente filosófica con el escritor Jean Paul Sartre como su mejor expositor, logró dar a los franceses un sentido de responsabilidad y consciencia porque sobrepuso la libertad individual como eje conductor de la vida a partir de sus propios actos y decisiones. Esto es una invitación a independizarse de cualquier autoridad externa, moral o de cualquier tipo.
El pensamiento dio una bocanada de aire fresco a la crisis social de aquellos tiempos y si bien es cierto que México no tiene ni remotamente los mismos retos de la Francia de la posguerra, sí tiene la sensación de fracaso “por culpa de otros” alimentada por uno de los discursos políticos antagónicos que, finalmente dio la victoria a la actual administración.
Una buena dosis de existencialismo para enfrentar con corresponsabilidad un Estado que pretende seguir siendo omnipresente no vendría mal. Reconocer que hay apatía frente a la política (sólo 16% se interesa “mucho” en ella) que da a otros manga ancha para tomar decisiones y dinero que tarde o temprano nos afectarán personalmente.
Asumir como propios los problemas derivados de alcoholismo, drogadicción, derroches, falta de planeación financiera o de interés por la educación, desidia, corrupción, la búsqueda de dinero fácil, el ocio, la gula y todos los pecados capitales que traen consecuencias concretas y no tienen que ver con buenos o malos gobiernos, sino con individuos. Con uno mismo.
*Periodista