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¡Chairo o fifí: escoja!

La absurda división lleva al país a grados de confrontación que harán de su gobierno un fracaso

OPINIÓN

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En alguna ocasión, le escuche al ahora Presidente Electo una argumentación a favor de la polarización social. Esto fue durante la campaña electoral de 2006, y entonces López Obrador decía que, en un país con tanta desigualdad social, con tanta pobreza, con una oligarquía tan cerrada, y con una frontera de 3 mil kilómetros con Estados Unidos, "resultaba imposible gobernar si no se hace a través de la polarización social”. Esta afirmación recibió reacciones encontradas de no pocos perredistas. Yo le reiteraba que en un país con esas y otras características resultaba un desatino político tal afirmación, pues polarizar a la sociedad -desde cualquier punto de vista (sea político, social, económico, cultural, religioso)- irremediablemente conduce al fracaso. Hay, en la historia de las sociedades, suficientes ejemplos de cómo algunos gobiernos han utilizado estrategias de polarización y han tenido como resultado: sumir a sus países en enormes tragedias. La confrontación social que existía en Alemania, previo a la Segunda Guerra Mundial, no sólo condujo a que los nazis pudieran acceder por la vía electoral al poder del Estado, además les posibilitó poner en práctica el programa político de odio que extremaba a tal grado la irracionalidad, que todo el que no era incondicional del régimen era eliminado. El programa político del odio llegó a todos los ámbitos, incluso al racial; y entonces, en la Alemania gobernada por los fanáticos, sólo había amigos y enemigos; leales y desleales; fieles e infieles; devotos y herejes; y traspasando todo límite, la raza pura versus las razas impuras. Alguien dirá, erróneamente, que el ejemplo de la polarización de los nazis es excepcional. Se equivocan porque la hubo antes en EU, en India, el sureste asiático, en África. La hubo en la dictadura del proletariado del régimen soviético, en la Italia fascista, en la España de Franco, en las dictaduras militares. En México también hemos padecido de esas polarizaciones: la Iglesia, los conservadores y la pretensión imperial de Napoleón III arrastraron al país, en el siglo XIX, a una guerra que duró más de treinta años; la dictadura porfirista; el autoritarismo priista; y el neoliberalismo; también llevaron a nuestra nación a polarizaciones que derivaron en guerras civiles, crisis, violencia y desigualdad. Con éstos y otros ejemplos debería ser suficiente para que cualquier gobernante mexicano en el siglo XXI, asumiera que la gobernanza eficaz consiste en la permanente búsqueda de equilibrios, de inclusiones, y por ello mismo, de la necesidad de reformas que distiendan. Pero, por lo que observamos, López Obrador no lo ha entendido así, y en contrasentido a las enseñanzas de la historia, persiste en colocar a México como un país en donde sólo hay dos tipos de personas: los amigos de López Obrador y los traidores a la patria; los fieles al evangelio que predica y los herejes; los fifís y los chairos. Esta absurda división encaminará al país, muy pronto, a grados de confrontación social que harán de su gobierno un fracaso y de la situación de México, un desastre.  

JESÚS ORTEGA EXPRESIDENTE DEL PRD

@JESUSORTEGAM