La llamada Cuarta Transformación se define como un cambio de las dimensiones que impulsaron los liberales del siglo XIX o los revolucionarios de 1910.
Su agenda consiste en el restablecimiento del compromiso ético en el ejercicio público, la paz y la seguridad humanas; la educación, la producción científica y tecnológica como la vía de solución a los problemas nacionales, así como la recuperación de las oportunidades de los bonos juvenil y de género.
Hace 71 años, en 1947, Daniel Cosío Villegas formuló una severa caracterización de los líderes políticos del México posrevolucionario: “Todos los hombres de la Revolución mexicana, sin exceptuar a ninguno, han resultado inferiores a las exigencias de ella”, apuntó, teniendo a la vista, como hecho innegable, los grandes rezagos en el desarrollo nacional, como la justicia social y la ausencia de una auténtica democracia política.
Este gran liberal mexicano concluía que aquella generación no había dado “ningún gobernante de gran estatura, de los que merecen pasar a la historia”.
Eran los tiempos del alemanismo, donde la corrupción se “industrializaba” y el grupo gobernante abandonaba todo referente ético en la política.
También eran tiempos de corporativismo, del fraude electoral, del autoritarismo presidencial que tuvo su cumbre en el diazordacismo y, por supuesto, de la corrupción que degradó a niveles inauditos la esfera pública.
El umbral del siglo XXI despertó esperanzas de cambio con la alternancia electoral, resultado del hartazgo y de nuevas ciudadanías informadas, atentas y exigentes. Sin embargo, la nueva élite de la alternancia derrochó la oportunidad histórica de transformar al país, pues “sólo le cambiaron de jinete al caballo”.
La corrupción persistió y fue agravada por la aparición de la violencia, al grado de convertirse en un problema de seguridad nacional.
En este contexto emerge la figura definida de un líder excepcional, a cuyo nombre se asocia ya la historia política nacional de esta parte del siglo XXI: Andrés Manuel López Obrador.
Nadie con interés por la política mexicana de las últimas dos décadas ha podido ser ajeno o indiferente a su presencia. Su larga lucha se verá coronada, en los próximos días, al portar la banda presidencial. Su desafío será probar que es posible el ejercicio de un gobierno sencillo, austero, auténticamente cercano a la gente, honesto, transparente y socialmente comprometido.
El próximo primero de diciembre concluirá la época de la esperanza y debe iniciar la nueva época de la confianza, encabezada por un liderazgo que ha demostrado ser la antítesis de la caracterización que hiciera don Daniel Cosío Villegas, a finales de los años 40: un hombre a la altura de las circunstancias.
Senadora por Morena
@IMELDACASTROMX