Haz tu denuncia aquí

Bolivia enclaustrada en su pasado

OPINIÓN

·
El fallo de la Corte Internacional de Justicia del 1 de octubre rechazando los argumentos bolivianos en su litigio con Chile sacudieron a su opinión pública. El gesto demudado de Evo Morales, que pasó de una alegría exultante al desconsuelo, reflejaba la frustración nacional. Educados desde niños en la justicia de su reivindicación, prácticamente ningún boliviano sostiene hoy que el puerto chileno de Antofagasta no es suyo. Sin embargo, el recurso a La Haya no buscaba incidir en el trazado fronterizo y la soberanía, sino obligar a Chile a negociar. La Corte Internacional, por 12 votos contra tres, manifestó rotundamente que Chile no tenía obligación de hacerlo. Una vez más, el problema no estuvo en el fallo, sino en las expectativas generadas y en su gestión posterior. Y si bien ambas partes fueron permeadas transversalmente por su propio nacionalismo, la mayor contención chilena los resguardó de mayores consecuencias, aunque, la victoria judicial fue determinante. Esto no les evitó algunas muestras de triunfalismo, como las exhibidas en Antofagasta, convertida en símbolo de la disputa. Propagandísticamente hablando, Morales superó a Sebastián Piñera. Su querella no tenía sólo fines territoriales, sino un claro objetivo político: prolongar indefinidamente su proyecto y perpetuarse en el poder. Si Evo hubiera salido vencedor de La Haya, su continuidad hubiera estado prácticamente garantizada, en tanto héroe y salvador de Bolivia y recuperador del océano Pacífico. La semana previa al veredicto, el vicepresidente García Linera, en línea con el afán movilizador y ventajista de su gobierno, habló de la “agresividad chilena” y pronosticó “una gran derrota” para su diplomacia. De forma paternalista llamó a esperar y a acatar el fallo, aunque él por su parte no lo hizo. Tampoco Morales, que en vez de reconocer lo ocurrido y despejar el camino hacia el futuro recalcó la recomendación a negociar, aún admitiendo que el fallo no obligaba a Chile. Pero no es con renovadas bravatas ni envolviéndose en la bandera de la patria como el gobierno chileno negociará con Bolivia. Esto requiere mucha confianza y está en las manos bolivianas hacerlo posible, restableciendo, por ejemplo, unilateral e inmediatamente las relaciones diplomáticas interrumpidas en 1978. La derrota también ha tenido serias consecuencias políticas. Es un duro golpe a las aspiraciones reeleccionistas de Morales en 2019, pese a su carácter inconstitucional y al referéndum del 21 de febrero de 2016. También ha llevado al ex presidente Carlos Mesa a anunciar su próxima candidatura, un rival con serias posibilidades de triunfo. De ahí la reacción de Morales vinculándolo con la oligarquía chilena y hablando de traición a la patria. Más allá de lo coyuntural, Bolivia debería salir de su enclaustramiento, no geográfico sino mental, que le impide tomar las mejores soluciones para sus intereses, aprovechando los recursos a su alcance (en Perú e incluso en Chile hacia el Pacífico, y en Santa Cruz hacia el Atlántico) y reforzando su potencial de crecimiento. Pero esto implica arriar la bandera del nacionalismo, algo que de momento no está claro que lo vayan a hacer.

*Investigador del Real Instituto Elcano.