El 2018 pinta para ser un año más de crecimiento económico mediocre. Los especialistas del sector privado consultados por el Banco de México estiman una tasa del 2.24%, lejos del 4% y 5% al que se crecía entre 2010 y 2012, y todavía más lejos de las promesas del gobierno actual, que decía que con sus “reformas transformadoras” (sic) creceríamos a más del 5% anual.
La realidad es que la economía mexicana crecerá este sexenio a un ritmo del 2% anual, lo que no alcanza para generar bienestar a la mayoría de la población. Estados como Querétaro, Aguascalientes y Quintana Roo crecen a tasas que rondan el 5%, mientras que Chiapas, Oaxaca y Guerrero crecen a ritmos de 2% o menos. Caso aparte es Campeche que vive en una crisis económica constante y cuyo PIB hoy es solo dos tercios de lo que era hace 12 años.
Este crecimiento desigual de la economía mexicana no es de hoy, pero sí se ha acentuado en los últimos años, porque muchos gobiernos locales, y en especial el gobierno federal, no han generado condiciones para crecer.
Un ejemplo claro es el abandono del desarrollo de infraestructura en el país, en especial en la zona Sur-Sureste. El gobierno dejó de invertir en carreteras, caminos, puertos, hospitales, presas, en fin, en toda la infraestructura. El abandono ha sido de tal magnitud que la contracción de la inversión física presupuestaria en 2017 fue de 18%, la caída más grave de la que se tenga registro. Contrario a lo que diga la propaganda gubernamental que pagamos todos los mexicanos, Enrique Peña Nieto es el presidente que menos ha invertido en infraestructura en los últimos cinco sexenios.
No sorprende que de acuerdo al Índice de Competitividad Global del Foro Económico Mundial, entre 2012 y 2017 México cayó seis lugares en competitividad de su calidad de infraestructura. Este gobierno también entrega un saldo muy negativo en la confiabilidad de las instituciones. Por ejemplo, la eficiencia del gasto de gobierno cayó 54 lugares, al pasar del lugar 67 en 2012 al 121 en 2017, de un total de 137 países. Sin infraestructura y sin confianza en el gobierno, es imposible crecer más.
Con esta realidad los mexicanos enfrentaremos el 2018, con precios altos gracias al gasolinazo de enero de 2017, que llevó a la inflación al 7% y desaceleró el mercado interno que había mantenido a flote la economía estos años. Muestra de ello es que las ventas de la ANTAD estuvieron en contracción (en términos reales) en la segunda mitad de 2017 y las ventas automotrices se contrajeron 5% en todo el año.
La dificultad que enfrentan los bolsillos de las familias no disminuye en este 2018. La inflación continúa a la alza y se sigue viendo en los energéticos, como el gas LP que hoy es cuesta más del 40% que el año pasado.
Para el 2018 el escenario es claro: un gobierno que no ofrecerá mejores condiciones para crecer, la inversión seguirá en niveles bajos, la corrupción y dispendio del gasto continuará y llegará a varias campañas políticas.
Por otro lado, las amenazas de 2017 parece que se irán cristalizando en este 2018, con la reforma fiscal de Estados Unidos, la posible terminación del TLCAN y la incertidumbre de las elecciones presidenciales en México.
Tendremos así un cierre mediocre para un sexenio mediocre. Empresas y sociedad debemos trabajar en un entorno muy difícil y sacar adelante al país a pesar del gobierno que nos ha tocado. ¿La parte que nos corresponde? No volver a equivocarnos en la elección de los próximos gobernantes y apoyar a quienes propongan alternativas viables y serias para sacar a nuestra economía de la mediocridad.
Por Fausto Barajas