La más reciente encuesta (Buendía & Laredo) confirma a Andrés Manuel López Obrador al frente con 32 puntos, seguido por Ricardo Anaya con 26 y José Antonio Meade hundido en el sótano con 16 puntos.
Este sondeo presenta distintas mediciones y respuestas para entender las fortalezas y debilidades de cada candidato. Entre los hombres, AMLO tiene una ventaja de 13 puntos y entre las mujeres hay un empate entre AMLO y Anaya (28-27). En el segmento de 30 a 50 años, AMLO tiene una ventaja de 10 y 19 puntos sobre los candidatos de Al Frente por México y del PRI.
En el grupo de votantes con educación primaria la pelea se cierra (28 el puntero, 27 Anaya y 22 Meade). Entre los universitarios, López Obrador tiene 37 puntos por 16 de Anaya y de Meade.
¿Qué dicen estos números?
Confirman una elección dominada por un profundo sentimiento anti PRI. La de José Antonio Meade es posiblemente la peor campaña de un priista en pos de la presidencia, ¿pero otro candidato estaría haciendo un mejor papel? Lo dudo. El problema del régimen peñista y del PRI es mucho más grande y profundo que un candidato que comete errores y no conecta con los electores.
Entre las estructuras y clientelas del PRI, solo la de ciudadanos con estudios de primaria favorece al partido. Este dato se repite en las encuestas lo mismo que la tendencia favorable para López Obrador entre los universitarios, los adultos en madurez y los de la tercera edad.
Si hace cuatro semanas se encendieron las alarmas en la campaña del PRI (columna Focos Rojos, 2 de enero de 2018), los resultados de las encuestas más recientes, todas coincidentes en lo sustantivo –AMLO consolidado como puntero, Anaya detrás y Meade en tercero– representan una señal ingente de SOS para el partido fundado por Calles.
El PRI parece desfondado por los errores tácticos de campaña (el acto en el que Meade convocó a los partidos a completar el Sistema Nacional Anticorrupción rodeado por algunos de los priistas con más fama de corruptos), los conflictos internos abiertos por la selección de candidatos en un buen número de estados (Yucatán y Chiapas son ejemplos), así como por un voto duro cada vez más debilitado.
La decadencia del partido con fama de máquina invencible comenzó tal vez en los 80, cuando las campañas se mudaron de las comunidades donde los ciudadanos discutían problemas, a los desayunos y los controlados actos de partido; o cuando los espacios reservados en las listas plurinominal para los priistas de larga carrera comenzaron a ser entregados a la juniorcracia.
En las listas del PRI al Senado y a la Cámara de Diputados se encuentran las claves de un priismo que ahora mismo, a tres meses de la elección, no solo enfrenta el riesgo de terminar en el sótano de la elección presidencial, sino como una fuerza minoritaria en el Congreso.