En México, estamos viviendo el final del régimen político tal y como lo conocemos, no por elección propia sino por agotamiento del existente. Las viejas lógicas institucionales nos han traído a una crisis política sin precedentes en el país. Hoy, es necesario el avance hacia un nuevo diseño institucional que responda a las necesidades y expectativas de la gente, o lo que es lo mismo: que haga más fácil cumplir la ley que evadirla o violarla.
En México, hace falta un diálogo honesto que permita la negociación y el acuerdo para que nadie quede excluido. Pero mientras esta negociación siga la misma lógica extractiva y excluyente de los últimos 30 años, los de por sí ya ricos y poderosos terminarán siéndolo aún más al amparo del poder, y los pobres y los marginados no dejarán de serlo debido a la deliberada negligencia y omisión de un gobierno que les da la espalda.
Y para cambiar esto hace falta voluntad, sí, pero también ideas de un proyecto viable y legitimidad que lo hagan realidad.
Por eso, en 2018 se abre la posibilidad de dos caminos: el primero, apostar, con más fe que razón, a que las cosas se tranquilicen de la mano de un gran guardián de las cosas como están; o el segundo, contribuir a la construcción de un nuevo régimen político diferente. Uno que combata y corrija las desigualdades totales; uno en donde la representación y la rendición de cuentas sea fundamental y no algo que dependa de la voluntad individual; en donde la aspiración de ser gobierno signifique darle más poder a la gente; uno en donde ser político no signifique una oportunidad para el abuso.
En el ajedrez, tanto el rey como el peón terminan dentro de la misma caja. Así debiera entenderse y sentirse la democracia. Claro que en la sociedad existen capacidades, talentos y aspiraciones distintas, contrapuestas y, a veces, abiertamente contradictorias. Sin embargo, el Estado debiera ser capaz de garantizar las mismas oportunidades para desarrollar en libertad el proyecto de vida que cada quien quiera.
La democracia es, sobre todas las cosas, un conjunto de expectativas compartidas asentadas en la poderosa idea de que podemos estar mejor. En México, no sólo la política de este régimen ha fracasado en ofrecer condiciones de vida más justas e igualitarias, sino que también le ha robado la ilusión a la gente de que esto siquiera es posible.
Por eso es tan importante acabar con la corrupción, la impunidad y poner fin a los privilegios para poder dotar de legitimidad a los esfuerzos del nuevo diseño institucional, al proyecto del cambio de régimen. De no plantearse así, cualquiera que hable de cambio de régimen lo único que busca es continuar con la cartelización de los partidos políticos que terminan repartiéndose prebendas y prerrogativas entre su misma burocracia.