Las encuestas que vienen

Presumía Andrés Manuel López Obrador (citando una fuente que después lo desmintió) que las encuestas lo ponen en un primer lugar holgado. No sé si hace bien. De esta muestra de fuerza al arranque de la campaña pueden derivar efectos que le convengan. Entre ellos están que muchos actores políticos y económicos se traten de acercar a él y a su movimiento oportunamente, y pactar posiciones (o perdones) antes de que se agoten, como el caso de la Senadora Gabriela Cuevas. Pero también es posible que, como lo ha advertido su compañero Roberto Gil, ello concentre la atención de la opinión pública en su ventaja y las implicaciones más concretas y creíbles de su posible triunfo. Siendo un problema real para AMLO, es el riesgo preferible. Aunque falta lo suficiente para que las actuales preferencias puedan cambiar mucho, y el resultado está lejos de estar cantado, su reto es más manejable que el de sus principales contendientes. Para Ricardo Anaya y José Antonio Meade, la labor será más ardua, y en ello las encuestas que vienen serán muy ilustrativas. De entrada, si se mantienen, como se han mostrado hasta ahora, en empate estadístico por el segundo lugar, algunos puntos abajo de López Obrador, se dificultará la coordinación estratégica detrás de alguno de ellos para muchos empresarios, gobernadores, medios de comunicación y ciudadanos que no desean el triunfo del líder de MORENA. Para que exista voto útil no basta con que se coincida en a quién se quiere derrotar. Tiene que estar claro quién tiene más oportunidades de lograrlo. Justamente la lógica del voto útil es la de no desperdiciarlo en una opción sin probabilidad de victoria. Si no queda claro pronto quién es el mejor posicionado desde el centro-derecha para vencerlo, el beneficiario será López Obrador. El dilema elemental de Meade y Anaya, por lo mismo, es lograr esa diferenciación lo antes posible. El candidato del PRI-PVEM-PANAL no puede esperar hacerlo en la siguiente encuesta, ya que su nivel de conocimiento es menor que el de Anaya. Quizá la medición más relevante para él no sea la de principios de febrero, sino la de principios de marzo. Si para entonces está por arriba de Anaya, Meade podría construir su triunfo con base en una amplia dispersión del voto anti-PRI más la suma del voto anti-AMLO. Para Anaya, suponiendo que logre posicionarse por sí solo en segundo lugar, la estrategia será distinta. Primero habrá de mostrar que su eventual ventaja sobre Meade lo está acercando a AMLO, y que le puede competir con probabilidad de éxito. El otro lado de la coordinación estratégica es la que se puede lograr en torno de la figura de López Obrador para derrotar al PRI. Ahí está la tarea pendiente de Anaya. Mostrar que no solamente estaría arriba de Meade, sino que es la mejor opción de quienes desean la alternancia. Todo lo anterior subraya algo que con frecuencia se desdeña al hablar de las elecciones. La voz de la gente importa. Mucho. Y el cómo reaccione la opinión pública a las tácticas de los partidos y candidatos irá dilucidando estos posibles escenarios. Veremos.