Barak Obama no solo fue el primer Presidente de raza negra en llegar a la Casa Blanca. También fue el primer candidato en fincar su triunfo electoral en las redes sociales. El “Yes, we can” de aquel discurso histórico en su natal Chicago se convirtió no solo en un slogan de campaña, sino también en un grito de guerra, en una filosofía del Partido Demócrata de los Estados Unidos. Hasta entonces, las redes sociales eran un espacio meramente de esparcimiento.
Donald Trump aprendió la lección. Rápidamente identificó el potencial de las redes sociales en el ámbito político y supo capitalizar el hartazgo de una clase media venida a menos en las grandes planicies centrales de los Estados Unidos, donde muchos norteamericanos nunca han viajado más allá de Disneylandia. A ellos les dijo lo que querían escuchar, con sesgos racistas, conservadores y aislacionistas. Trump sacó el mayor provecho del ánimo disruptivo del Twitter y, contra todo pronóstico, ganó la elección.
Esos dos son ejemplos de cómo las redes sociales hoy pueden inclinar la balanza de una elección, en sentidos diametralmente opuestos.
Si en 2006 las redes sociales hubieran tenido la fuerza de hoy, aquella campaña que calificaba a Andrés Manuel López Obrador como un peligro para México habría tenido efectos devastadores.
En 2018, no lo dude usted, las redes sociales son cruciales en las estrategias electorales. Se convirtieron en un instrumento aún más poderoso que la radio y la televisión. Los expertos en campañas sucias se han tenido que convertir también en expertos en el manejo de redes. Todo eso lo traigo a cuento por video que causó enorme polémica esta semana que termina.
Ese video muestra el testimonio de Carmen Martílez, una supuesta ciudadana venezolana, radicada en México, quién llama a los mexicanos a no votar por la izquierda, concretamente por Andrés Manuel López Obrador. Con la voz entrecortada y lágrimas en los ojos, Martílez confiesa haber votado por “ese maldito hijo de puta de (Hugo) Chávez, porque le creí”. Dice que “el pueblo de México no debe creer ese cuento del socialismo, el comunismo y toda esa mierda de izquierda funciona. No sean ingenuos”. “Creí en la izquierda, creí en el socialismo, creí en la igualdad”.
El video publicado en Facebook obtuvo tres millones de reproducciones en las primeras horas. Es claro, contundente y conmovedor. De inmediato, los seguidores de López Obrador y los militantes de la izquierda mexicana reaccionaron y lo desacreditaron. Corrió la versión de que Carmen Martílez es una actriz venezolana y que habría grabado el video durante una audición. Horas después y en lo más crítico de la controversia, Carmen Martílez no se había pronunciado sobre la autenticidad de esa versión. Tanto promotores como detractores del video carecieron de lo mismo: pruebas. Ninguna de las partes ha podido probar fehacientemente la autenticidad o la falsedad del video. Todo quedó en dichos de unos y otros. Ése es el problema de las redes sociales.