Otro proceso electoral está por comenzar. Como cada sexenio, inicia el desfile de propuestas y promesas. Algunos ofrecerán soluciones fáciles y simples a problemas complejos, otros se ofrecerán ellos mismos como los salvadores.
Las promesas de derrotar la pobreza, de construir un sistema de justicia que sea “justo”, el sueño de alcanzar el desarrollo, de ser una nación rica, próspera y líder en el concierto de las naciones, se repiten sexenalmente y se quedan en el mismo lugar que la esperanza de jugar el quinto partido en un mundial de futbol soccer.
Los países como Corea del Sur, Japón, Alemania o Irlanda, que han roto sus propias cadenas y han logrado despegar hacia el desarrollo, lo han hecho por el mismo camino, el de la innovación con el compromiso de todos sus habitantes: luchar por el éxito de su propia nación.
Es momento de innovar, de pensar lo que nadie ha pensado y de hacer lo que nadie ha intentado. Los problemas de México requieren soluciones no convencionales, necesitan que hagamos un gran esfuerzo nacional y colectivo por repensar México y por diseñar el futuro que queremos y no el que la inercia nos entrega.
Podemos seguirle apostando al mismo modelo económico de manufacturar para otros, o subirnos a la última llamada del tren que nos invita a la economía del conocimiento. Pronto perderemos la oportunidad si nos mantenemos en los bajos niveles de inversión en investigación y desarrollo, tan lejos aún del 1% del PIB, o con recortes al presupuesto de ciencia como el efectuado por el gobierno del Presidente Peña de más del 25%.
Basta de seguir discutiendo ¿quién tiene la culpa de los males del país?. La realidad nos invita a responder a la pregunta ¿quién tiene soluciones distintas y profundas?
Empecemos por decir la verdad: la solución no vendrá del gobierno, un buen gobernante ayudará, incluso puede y debe encabezar este gran esfuerzo, pero de la misma manera que ni el mejor médico puede curar a un paciente que no se quiere curar, tampoco el mejor presidente podrá, solo, arreglar todos los problemas que tenemos, porque son muchos, son profundos, y sobre todo son nuestros y de nadie más.
Es momento de dejar de pensar en negativos y construir en positivos, de dejar de ser pobres a pensar cómo seremos ricos, de quejarnos de la corrupción a convertirnos en la sociedad más honesta del planeta, de dejar de combatir el crimen a construir seguridad, de dejar de esperar un mesías y convertirnos en los 130 millones de mexicanos innovadores que cambiaron la historia del país.