Escena 1. La prensa mexicana replica masivamente la noticia: Donald Trump ha quebrado al Servicio Secreto de Estados Unidos. Los agentes que protegen al presidente de Estados Unidos -y a los 42 miembros de su familia- han cobrado miles de horas extra para cuidarlos en sus viajes de placer, negocios y trabajo.
Muchos de estos gastos excesivos han sucedido durante los fines de semana, cuando Trump viaja a Florida y se hospeda en su club de golf Mar-a-Lago. Él mismo le ha llamado “La Casa Blanca de invierno”.
Escena 2. Alejandro Peña Pretelini, hijo del presidente mexicano, postea una fotografía en su cuenta de Instagram. Está sentado y observa distraídamente al océano. El fondo es una playa de arena oscura y mar azul.
El hijo del presidente ha estado ocupado, viajando.
El 6 de julio posteó una foto. Caminaba en la Gran Manzana de Nueva York. Dos días antes disfrutaba el sol en el Parque Central, en febrero sonreía a la cámara desde un club de playa en la Riviera Maya, en enero contemplaba el atardecer en Acapulco.
Como pie de una de las fotos, colocó esta máxima: “Un día malo en la playa es mejor que un día bueno en la oficina”.
Escena 3. Un año antes, en mayo de 2016, Alejandro Peña alzaba un bastón de selfie.
Quería que en la misma imagen estuvieran incluidos los edificios de Manhattan, él y Nicolás Miranda, uno de sus mejores amigos.
Miranda es hijo del secretario de Desarrollo Social, Luis Miranda.
En el mismo viaje, los jóvenes pasearon por Washington y conocieron las réplicas de la película Volver al Futuro en la bahía de Plymouth, en Massachusetts.
Los divertimentos más usuales de Alejandro Peña, a juzgar por sus fotos de Instagram, son el amor, los amigos, la playa y el golf.
“Siempre puedes convertirte en algo mejor”, escribió como descripción de una fotografía de un brillante cielo azul, un profundo océano y un enorme campo verde de golf en el Club Copala Quivira, en Los Cabos.
El juego más barato en ese club cuesta 4 mil pesos, esto es, el doble de lo que ganan 24 millones de mexicanos en un mes.
En México, como en Estados Unidos, los agentes que cuidan al presidente y al gabinete también resguardan a su familia. Esto significa que, en cada uno de estos viajes, el hijo del mandatario debería ser cuidado por militares del Estado Mayor Presidencial, con cargo al erario.
No hay información pública que permita conocer cuántos miembros de la familia presidencial mexicana son protegidos, en cuáles eventos, ni cuánto cuesta cada uno. Tampoco para saber si el presidente paga con su sueldo los viajes en avión, las estancias en hoteles, las comidas en restaurantes o los juegos de golf de su hijo Alejandro.
Es así que no sabemos si, también aquí, un servicio secreto (mexicano) quiebra en silencio, siguiendo el andar por el mundo de una familia presidencial adicta al golf.
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