La última carga de caballería

Las que se presumen fueron las últimas cargas de caballería que registra la historia, tuvieron lugar durante la Segunda Guerra Mundial. La primera de ellas el 1 de septiembre de 1939, el día elegido por Hitler para iniciar la invasión nazi de Polonia. Una brigada llamada Pomorska, formada por tres regimientos (dos de lanceros y uno de fusileros montados) compuestos por 6,143 hombres, 5,194 caballos, 12 cañones, 21 tanquetas, una batería antiaérea, un escuadrón de ciclistas, uno de ingenieros, uno de comunicaciones y algunas decenas de operarios, enfrentaron el asedio de la 20ª División Motorizada alemana. Había transcurrido casi cuatro décadas del Siglo XX, pero en ciertos aspectos Polonia seguía anclada en el XIX. Disponían de una caballería compuesta de 70,000 jinetes, la más numerosa de Europa, la que les había defendido en 1920 de las tropas soviéticas y cuyo origen se remontaba a la época en que el bajito Napoleón lucía como un gigante montado a caballo mientras recorría y sometía buena parte del viejo continente y el norte de África. Uno de los tres regimientos de la Pomorska, el 18 Pu?k U?anów Pomorskich, fue designado para proteger la retirada del resto de la brigada y de una división de infantería. No había mucho qué hacer frente a la fuerza destructiva de los Panzers. Aun así, en las cercanías de un pueblo llamado Krojanty, el coronel polaco Kazimierz Mastalerz, en punto de las 1900, ordenó cargar a 250 jinetes contra un batallón de infantería alemán que avanzaba en solitario. Ocultos en los linderos de un bosque, sorprendieron a los nazis de a pie que no atinaron a responder al galope apocalíptico e improbable de hombres y bestias, y al final se dispersaron. El arcaico ejército polaco logró contenerlos y ocupar un claro del terreno, pero nada pudo hacer cuando aparecieron los primeros tanques y el fuego de las MG 34 y ametralladoras de 20 mm con que estaban equipados. Expuesto a la metralla de las modernas y poderosas máquinas germanas, el 18 Pu?k U?anów Pomorskich emprendió la retirada no sin antes verse diezmado con la pérdida de una veintena de jinetes y caballos. La segunda de las últimas cargas de caballería que registra la historia tuvo lugar el 23 de agosto de 1942 en Rusia, en la ribera del Río Don, y tenía por objetivo la ciudad de Stalingrado. Fue perpetrada por el Regimiento Italiano de Caballería Savoia, al mando del coronel Alessandro Bertoni, quien ordenó cargar en repetidas ocasiones contra 3,000 soldados soviéticos. La acometida fue épica, heroica y exitosa. Los soviéticos se replegaron, perdieron casi tres centenas de hombres mientras que los italianos sólo 32. Entre las pérdidas, sin embargo, hubo que contar a 200 caballos. Es sólo que al Regimiento Italiano de Caballería Savoia y al coronel Bertoni nadie los recuerda ni quiere recordarlos. Su hazaña militar es una vileza pues –la historia, ciertamente, no se equivoca– pelearon en el bando equivocado. La Revolución Industrial que dio lugar a la línea de producción, creó las máquinas de vapor, las locomotoras y a finales del Siglo XIX el motor de combustión interna que originó la invención del automóvil, también jubiló a los caballos en tanto arma e instrumento de guerra. A pesar de ello, en muchos países del mundo las fuerzas policiales aún hoy hacen uso de una división de caballería cuya finalidad es mayormente disuasiva. Proclive por naturaleza a la nostalgia y el romanticismo, la especie humana suele repetir patrones en apariencia olvidados o bien perpetuar usos y costumbres que en su momento fueron exitosos. En la decadencia del Imperio Romano, el caballo y la caballería, se convirtieron, primero, en símbolos de nobleza y, un poco más tarde, en instrumentos útiles –y señoriales– de guerra. Algo similar ocurrió con el automóvil, una invención que en su momento sólo estuvo al alcance de unos cuantos privilegiados. Los caballos de hoy se llaman Porsche, Mercedes, Ferrari, Audi, Aston Martin, Mini Cooper, Ford, Honda… Para definir su potencia en algún momento extraño de la historia se acuñó la singular frase “caballos de fuerza”, que pretende equiparar la velocidad de un vehículo automotor con el galope de un número determinado de caballos. Si se piensa un poco, Babieca, Rocinante, Silver o Draco, hoy se han convertido en Maserati, Peugeot, Hyundai, Chevy, Mazda, Volkswagen, Rolls Royce y el etcétera que se quiera nombrar. Con un poco de imaginación –y mucha demencia y fanatismo– es posible imaginar que eres el rey Théoden y que vas a liberar a Minas Tirith, la Ciudad Blanca, del asedio de las hordas de Sauron. De modo que coges una furgoneta, un coupé, un autobús de Mercedes Benz o el utilitario que te concede como prestación la empresa en la que trabajas, y cargas con la fuerza de 250 caballos en contra de una multitud inocente que camina en los Paseos Ingleses de Niza, en un mercado en el centro de Berlín, en medio de una protesta en Charlottesville, Virginia, frente a la Cámara de los Comunes en Londres o, como ocurrió hace unos días, en Las Ramblas de Barcelona. Mal que bien un caballo es un caballo, y si te pasa por encima poco o nada tienes qué hacer. La última carga de caballería que registra la historia no fue perpetrada por un regimiento de valientes temerarios o heroicos imbéciles en la Segunda Guerra Mundial. No fue, tampoco, perpetrada a caballo, sino en automóvil. Y no eran cientos, sino sólo uno. Las víctimas, en cambio, decenas. La última carga de caballería de la historia fue ayer, hace tres días, un par de meses, será mañana. Redescubiertos en nuestra memoria genética los modos y las formas de las guerras antiguas, es triste predecir y afirmar que no será la última.