“Tengo una idea” es una de las frases más gastadas de la humanidad.
De ideas buenas y fallidas se ha hecho y destruido el mundo y está repleta la vida, de la misión más compleja a la tarea en apariencia más sencilla.
¿Son ideas todas las cosas que produce nuestra cabeza? ¿Es posible identificar una que puede evolucionar en algo afortunado? ¿Cómo anticipar las que pueden mutar en auto boicot o en un peligro para el mundo?
“No puedo entender por qué a todo mundo le asustan las ideas nuevas. A mí me asustan las que son viejas”, escribió John Cage, hijo de un inventor de submarinos cuyas facetas (compositor, instrumentista, filósofo, ensayista, teórico musical, poeta, pintor y recolector de setas) pueden explicar su revolucionaria revisión mental.
Las ideas se robustecen con la lectura, los viajes, las rupturas, los encuentros y la vida como una casa en la que todos los días entra el viento para remover el aire viciado, y se extinguen en la corteza obscura de la ignorancia, la intolerancia y las resistencias a refrescar, renovar, construir.
“Los escritores afortunados de trabajar con Robert Silvers recuerdan el misterio del paquete de libros que recibía cada cierto tiempo”, escribió Joan Didion, al recordar al mítico editor de The New York Review of Books. “Bob no creía en las zonas de confort. En cualquier otro editor esto podría haber sido excéntrico, incluso perverso. Pero con Bob fue un acto de fe profundamente serio”.
Silvers creía que si existe un lector general, debería existir un escritor general, y que la vida pública depende de la existencia de un espacio común en el cual las ideas puedan ser compartidas, absorbidas, replegadas, pateadas.
“A veces tenías que ir más lejos y compartir lo que no sabías hasta que las exigencias silenciosas de Bob te enviaron a aprenderlo”, recordó Didion.
Las ideas responden a intereses, obsesiones, principios e ideales que hacen que cada cabeza sea un mundo que a veces produce ideas que son como pequeños meteoros capaces de cambiar el sentido del planeta. O intentarlo.
“Un niño come tierra. Mientras tú lo filmabas, él la seguía comiendo y tú no apartabas la vista de allí”, Gael García Bernal contó cómo surgió la idea del festival Ambulante de la forma en la que su amigo Eugenio Poglovsky se acercó a ese niño, como a la vida en sus documentales: Los Herederos, sobre niños trabajadores, El Mitote y Resurrección, la historia del Niágara mexicano, en Jalisco, las hermosas cascadas convertidas en un infierno de residuos industriales.
Resurrección, que recién había terminado –le contó Eugenio a Gael en una carta–, era una historia de humanidad y esperanza, sin panfletarismos.
Poglovsky murió hace unos días. Tenía 40 años y la cabeza un torrente de ideas, entre ellas una: que las memorias de la familia que sobrevive en la ribera infesta del río Santiago “se vuelvan una voz por la resurrección de las aguas cristalinas de sus recuerdos”.
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