La sabiduría convencional afirma que la historia la escriben los vencedores.
Pero en Estados Unidos, al menos en términos sociales y reales, la historia de las relaciones raciales fue escrita por los perdedores.
La defensa del presidente Donald Trump y grupos de población sobre su "herencia cultural" habla mucho del tema: la identificación de los "ideales" sudistas o confederados con las ideas nazis o de supremacía blanca podrían ser un indicador muy claro.
Después de todo, para bien o para mal, el gobierno Trump parece haberse identificado con los sectores más extremos de la derecha estadounidense. Y la reacción, incluso de la derecha moderada, ha sido hasta ahora de rechazo.
Pero al mismo tiempo es una señal de que hay algo que no está bien en la potencia dominante.
La guerra de secesión fue el conflicto más sangriento en que hayan participado jamás Estados Unidos y acabó, al menos supuestamente, con la derrota de los confederados.
La guerra, entre 1861 y 1865, terminó con la rendición de la decena de estados que trató de separarse de los Estados Unidos sobre la base de su resistencia a que otros, a través del gobierno federal, trataban de imponerles un modo de vida que no querían, específicamente la abolición de la esclavitud.
Era, en su opinión, un ataque a la soberanía de los estados, a una sociedad, a una economía, a una forma de vida.
Las guerra costó más de medio millón de vidas y costos económicos enormes al país. El protagonista político principal, el presidente Abraham Lincoln, fue asesinado poco después de la rendición del gobierno y los ejércitos sudistas por un sudista fanático.
Lincoln y su sucesor, Andrew Johnson, trataron de combinar la reconciliación y el empoderamiento de la población afroestadounidense, sólo para enfrentar la resistencia del aparato político de los estados vencidos y el rencor de los ejércitos disueltos, que se reflejó en el surgimiento de grupos como el Ku Klux Klan, para "proteger" a los blancos de los excesos y abusos de nordistas y negros.
Y desde ese momento y especialmente a partir de los inicios del siglo XX, hubo la nostalgia por la "causa perdida", que ya no era el esclavismo sino la sociedad rural, la exégesis de los "caballeros sudistas" como parangones de virtudes y valores, de la cultura sureña como muestra de civilización.
Y de la película El Nacimiento de una Nación hecha por D.W. Griffith en 1915 a "Los Dukes of Hazzard", de novelas populares a programas de televisión, de música popular a deportes o hasta expresiones religiosas la idea de una cultura sureña, con banderas ahora adoptadas por grupos neonazis y racistas, marcan una nueva división política de los Estados Unidos.
Es una división que el presidente Trump parece haber adoptado y abrazado. Sólo que del lado de los nazis.
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