Compramos una casa, le ponemos una puerta, una reja, un interfón, la metemos en un fraccionamiento con barda que la separa de todo y de todos, pero el fin de semana pagamos por entrar a cualquier lugar que esté lleno de gente, que nos obligue a pegarnos lo más que se pueda a la mayor cantidad de extraños posibles. ¿Me pregunto por qué?
Un ritual que no puedo dejar de analizar a pesar de ser el común denominador de las noches de "fiesta" desde que tengo memoria.
La gente en las ciudades hacemos todo por separarnos, aterrorizados del contacto humano más básico, supongo que porque si conectáramos mínimamente entre nosotros, sería insoportable, pero por las noches salimos a estar pegados literalmente.
Y observo como si fuera parte de una escena de un filme de David Lynch la escena: una antigua iglesia fue modificada para hacer de antro, el atrio es ahora el lugar del Dj.
Donde antes habían bancas, ahora se apila gente en actitud zombi que se mece sin mucha energía al compás de un beat que parece tenerlos hipnotizados, luz casi nula que apenas dibuja la escena de esta situación que no parece tener un objetivo muy claro, no se puede platicar, nadie baila con nadie ni tampoco pareciera que el ambiente se presta en nada para interactuar, ya no digamos ligar.
Sólo observo gente de mi generación siguiendo el ritmo de forma imperceptible al casi roce del borde de sus camisas. Mientras esto ocurre pienso que están buscando, ¿porqué están ahí?, ¿que es lo que yo fui a buscar?
Tengo la sensación de que toda esa energía parece carente de sentido y sólo se arremolina con la satisfacción de estar, de casi sentirse, de casi estar, dice tal vez algo de esta generación, del saber que se fluye sin intentar cambiar nada, pero satisfaciendo esa necesidad primitiva de solo estar.
Quizás el hombre de la era digital ha hecho tanto por estar más comunicado, de manera instantánea, rápida, inmediata con todos los que están lejos que olvida que dentro de nosotros sigue latiendo esa llama básica y mágica del contacto.
Ese latido personal que asemeja a un tambor que sigue y seguirá reuniéndonos a todos al ritual de mecernos al ritmo de la música y toparnos con un par de pupilas tan parecidas a las nuestras que nos recuerden que traspasar cada candado, cada puerta, cada muro y encontrarnos reunidos como la manada que somos es la única respuesta.
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