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OPINIÓN

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Con mi familia, decidimos salir unos días de vacaciones antes del regreso a clases. Fuimos a Acapulco, Guerrero, puerto turístico por excelencia, confiados en que el esfuerzo realizado por la Secretaría de Turismo, a cargo de Enrique de la Madrid y los empresarios hoteleros y restauranteros, han dado resultado para lograr un destino suficientemente seguro, limpio y agradable para vacacionar con la familia. Llegamos a la zona de Acapulco Diamante, nos hospedamos en uno de sus cómodos hoteles. Primera sorpresa, la ocupación no era del 90 por ciento como aseguraban algunos despachos informativos; en la zona, si acaso era de un 40 por ciento. La atención fue excelente, las instalaciones a la altura, la comida perfecta, todo iba de maravilla. Al atardecer del tercer día, una retroexcavadora hizo su arribo a la zona de El Revolcadero. El operador de la gigantesca máquina empezó a remover la arena ante el asombro de los turistas que se encontraban en la playa. A los pocos minutos un agua de color verde parduzco empezó a fluir hacia el mar. De inmediato el característico olor a gas metano que todos conocemos como olor a drenaje invadió a los hoteles de la zona y al fraccionamiento de la Punta Diamante. Un flujo de aguas negras, pestilentes, se vertió durante horas hacia el mar, sin que nadie pudiera hacer algo para evitarlo. La estancia ya no era posible, el olor a drenaje estaba en playa, habitaciones, restaurantes. A la mañana siguiente la escena fue desoladora, el mar cambió su color de azul profundo a pardo, toda la playa quedó con una capa de basura: latas, botellas multicolores de plástico, pañales, toallas sanitarias, vidrios, tornillos, cartones, papeles, todo lo que pueda imaginar. ¿Quién hizo semejante atrocidad? El director del hotel donde nos alojamos me compartió que esas aguas negras son producto de las colonias que están arriba del Boulevard de las Naciones, que son los propios habitantes de Acapulco los que ensucian el mar. Me explicó que los “palaperos” de El Revolcadero, como pueblos originarios, se sienten con el derecho de hacer lo que quieran, sin que la autoridad les ponga un alto. Me platicó, con un dejo de asco, cómo algunos de ellos tiran al mar los caldos que preparan cuando se les echan a perder. Las playas son zona federal, razón por la que la Secretaría de Turismo debe involucrase fuertemente en el tema, poner reglas, junto con el municipio y el gobierno estatal. De no hacerlo, los propios acapulqueños matarán a su gallina de los huevos de oro.   Corazón que sí siente El líder norcoreano Kim Jong-un y el presidente de Estados Unidos Donald Trump, se han convertido en un par de bravucones con sus amenazas de ataques nucleares. Ni en la guerra fría vimos semejante intercambio verbal. Lo que preocupa es el pequeño tamaño de quienes dicen dirigir el mundo.   Columna anterior: El relevo