Los acontecimientos políticos recientes en el mundo han sido de tal modo disruptivos que han provocado la profunda reflexión de importantes intelectuales. Cito tres ejemplos.
El primero, latinoamericano. Pasada la elección presidencial en Estados Unidos, Mario Vargas Llosa escribió en El País que “el Brexit y Donald Trump –y la Francia del Frente Nacional- significan que el Occidente de la revolución industrial, de los grandes descubrimientos científicos, de los derechos humanos, de la libertad de prensa, de la sociedad abierta, de las elecciones libres, que en el pasado fue el pionero del mundo, ahora se va rezagando.”
Finalmente los franceses actuaron responsablemente, pero a lo sucedido hasta ese momento, Vargas Llosa no dudó en calificarlo como “La decadencia de Occidente”, el título de su artículo.
El segundo, europeo. En 2010, el filósofo holandés Rob Riemen escribió un ensayo sobre el retorno del fascismo, convencido de que eso significaba el ascenso de los partidos extremistas en Europa y concretamente en su país. Los eventos de los siguientes años reforzaron su convicción y, ante el pasmo de políticos y académicos, acaba de publicar un nuevo libro que está siendo un éxito editorial: “Para combatir esta era. Consideraciones urgentes sobre el fascismo y el humanismo”.
Para Riemen es claro que el mundo atraviesa por una profunda crisis, anunciada desde el fin de la Segunda Guerra Mundial por autores como Camus, Mann, Nietzsche u Ortega y Gasset. Terminó aquella guerra, pero la semilla del fascismo, como el virus de una enfermedad, quedó latente y volvería nuevamente usando el resentimiento y el miedo para exaltar violencia, nacionalismo, xenofobia, parroquialismo y desdén por la cultura.
El tercero, norteamericano. Un pequeño y potente libro del académico Timothy Snyder “On Tyranny. Twenty lessons from the Twentieth Century” (Sobre la Tiranía. Veinte lecciones del siglo XX).
Snyder abunda en la idea de la historia que se repite: al final del siglo XIX la expansión del comercio global generó expectativas de progreso. A principios del siglo XX las expectativas no cumplidas fueron tomadas como bandera por líderes y partidos que dijeron representar la voluntad del pueblo. Como resultado, las democracias europeas cayeron en el autoritarismo de derecha y el fascismo en los años 20 y 30. Y el comunismo soviético extendió su dominio en los años 40. La lección es que “ambos, fascismo y comunismo, fueron reacciones a la globalización: a las desigualdades reales o percibidas que provocó, y a la aparente incapacidad de las democracias para corregirlas”. ¿Le suena familiar?
Quizá nos parezca exagerado vislumbrar un régimen fascista en México. Pero no tendríamos que llegar a esos extremos para reaccionar. Como dice Snyder, no somos más listos hoy que los europeos que vieron a sus países sucumbir. Afortunadamente para nosotros, podemos aprender de su experiencia. Las lecciones, y las señales, están ahí.
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