Mística de plata

A dos meses del centenario del nacimiento de El Santo, se ha montado una exposición con fotografías de la vida de este enigmático personaje de la cultura popular sobre Paseo de la Reforma en esta Ciudad de México, adelante del Auditorio Nacional, en dirección hacia el Centro Histórico. Pobre propaganda se ha hecho de este recorrido visual que no tiene desperdicio. Una lástima.
Rodolfo Guzmán Huerta nació el 23 de diciembre de 1917 en Tulancingo, Hidalgo. La historieta de José Guadalupe Cruz lo catapultó a la fama. Debutó con su célebre apodo el 26 de abril de 1942 en la antigua Arena México de la Colonia Doctores capitalina. Antes de su muerte en 1984, recuerdo haber visto un programa de Contrapunto, conducido por Jacobo Zabludovsky, donde se levantó la máscara pero sin descubrir por completo su rostro.
El Santo fue un hombre muy fuerte, que en sus mejores tiempos pesaba 95 kilos repartidos en su metro 78 de estatura, por lo que la división en la que reinó durante su época de esplendor era la welter. Luchó durante 40 años, desde 1942 a 82, periodo en el que nunca fue despojado de su máscara de plata. Popular en los cuadriláteros nacionales antes de llegar al cine, la corpulenta figura de Rodolfo se dio a conocer en países tan lejanos como Líbano, gracias a las más de cincuenta películas en las que se jugaba la vida y evitaba la destrucción. Hablando en plata, El Santo fue más real que Batman o el propio Superman, pues no cobró vida en el cómic, sino que fue un ser humano que sintió en carne propia el dolor de las llaves más sofisticadas. La máscara fue su velo, con ojales en forma de gotas que eran como ventanas hacia su mirada penetrante, y otro agujero por donde asomaban sus gruesos labios. No conforme con ocultar su redondo rostro, le dio más fuerza al personaje con una voz de profunda sonoridad. El mexicano, por alguna razón morbosa, celebraba sus triunfos sobre otros gladiadores, pero mantenía un deseo escondido de conocer su identidad, lo que sólo podía darse a través de la derrota. Gran parte de su éxito se debió precisamente al misterio que lo rodeaba en sus inolvidables películas. ¿Cómo olvidar aquellas escenas donde murciélagos de utilería atravesaban la pantalla, teniendo como fondo musical un tétrico teclado, hasta que llegaba El Santo representando al bien para alivio de los aterrados espectadores? El afamado luchador debió sudar tinta para combatir a Las Momias de Guanajuato, Las Mujeres Vampiro y el Doctor Muerte, en filmes claroscuros cuya fórmula se basaba en una combinación de cine de terror, aventura y lucha libre, deporte que no sólo es teatral, sino que está revestido de una destreza felina.
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