La doble ironía de Peña

Enrique Ochoa cumple un año en la presidencia del PRI, que aparece desahuciado en las encuestas hacia 2018. Esta condición crítica hace pertinente comparar las circunstancias de la sucesión de Peña con la nominación del candidato en distintos momentos previos a la derrota con Fox.

Ernesto Zedillo era un tecnócrata cuyos orígenes le permitieron comportarse más como estadista que como jefe de partido. Decretó la “sana distancia”  y el PRI perdió la Presidencia. Peña regresó el PRI a Los Pinos y rompió una inercia de tres presidentes tecnócratas: De la Madrid, Salinas y Zedillo. 

Las grietas que vio Dulce María Sauri en el PRI no eran nada nuevas. Afloraron en 1982, con la renuncia del presidente del partido, Javier García Paniagua, el día que Miguel de la Madrid inició su campaña. Después: una pasarela y la confusa nominación de Salinas; y seis años más tarde, la postulación de Colosio, la renuncia de Camacho y su designación en la Cancillería, de donde se mudó a Chiapas, una decisión ineficaz de Salinas para mantener la unidad. Zedillo ganó con más de la mitad de los votos del miedo.

Sauri dirigió el PRI tras un gesto inaudito: el día que Colosio era postulado, ella renunció a la gubernatura de Yucatán en protesta con una nueva concertación salinista, en Mérida. Condujo al partido en la “sana distancia” decretada por Zedillo en sentido opuesto a los grupos de poder habituados a la figura totémica del presidente como jefe máximo. El presidente aprendió –ha escrito Sauri– que el PRI y su mayoría en el Congreso eran indispensables para recuperar el control económico del país.

Sin saberlo, al apoyarse en el PRI y sus bancadas en el Congreso para aprobar el Pacto por México, Peña replicó a Zedillo, quien antes de cortarse el dedo usó a las mayorías del PRI en reformas controvertidas como el aumento del IVA.

Tras el crimen de Colosio, Salinas eligió preservar el modelo económico de apertura y liberalización; descartado Pedro Aspe, se decidió por el segundo custodio: Zedillo.

Revisar la sucesión de Zedillo refresca escenarios. Sauri, presidenta del PRI, una política pura; Ochoa, un tecnócrata. Zedillo, arquetipo del tecnócrata que renunció a ser jefe del partido, y Ochoa, impuesto desde Los Pinos, es Peña dentro del partido.

Hace 20 años la mayoría priísta contuvo el desastre económico a costa de su capital político y la derrota en 2000. Dividido y desprestigiado, el PRI enfrentará la elección en el piso, pero con Peña en el timón.

Estos contrastes y semejanzas plantean una doble ironía:

Peña, cuya victoria reivindicó a la clase política, puede entregar la candidatura a los tecnócratas Videgaray, Meade o Nuño, su círculo íntimo, un escenario donde Ochoa es parte de la familia, y una confirmación  del modelo económico. 

O puede ceder la nominación a un político de su estirpe, aunque no de su casa.   Columna anterior: No es Lino, es el dinero