¡No soy princesa!

Mis padres nunca me dijeron si era bonita o fea, no los recuerdo haciendo afirmaciones ni negativas ni positivas de mi físico. Solía escuchar a mi papá decir que dibujaba muy bien o a mi mamá elogiar mi capacidad para pedir perdón. La primera vez que escuché un comentario de mi físico fue en primero de primaria, entré al baño y cuando estaba sentada en el excusado escuché a dos niñas entrar y decir que pensaban que, a pesar de ser muy rara, era bonita. No demasiado, pero un poco bonita. Yo no recuerdo qué sentí, supongo que nada, yo sabía quién era, de alguna manera induje que lo que pensaran ellas no tenía relación real conmigo. Crecí así, sin saber cómo me veía, pero tampoco preguntándomelo y con la convicción de que esto era lo normal, pero muy pronto vi indicios de que esto no sólo no es así, sobre todo para las mujeres en un mundo donde cómo se ven o cómo las ven los demás lo es todo. Me di cuenta de que los papás de otras niñas no sólo les decían "bellas” y "princesas", la verdad no entendía bien a qué venía el título nobiliario, pero después de chutarme un sinfín de filmes de Walt Disney, en los que todas las mujeres vivían "felices para siempre", después de encontrarse a un tipo completamente desconocido trepado en un caballo, con el que no tenían absolutamente nada en común, entendí que se referían un poco a eso. Ojo, entiendo perfectamente que los padres lo dicen de cariño, pero piensen bien cuando les llaman princesas, que después ellas podrían alegar que tenía su permiso para crecer a ser mujeres que quieren vivir en un castillo sin trabajar y con mínimo siete enanos a su disposición las 24 horas del día, o que crecieran pensando que el hecho de verse como una de estas princesas es en realidad el único trabajo en el que hay que concentrarse para lograr vivir en ese cuento de hadas. Me preguntaba entonces si a los niños les decían "príncipes", pero la verdad no, a ninguno con el que yo haya crecido, a ellos les decían "campeones" o si no los llamaban por su nombre. Concluí que yo no quería ser una princesa, porque me sentiría muy ridícula llegando con mi vestidote y flores en la cabeza cantándole al "campeón" que se la pasa jugando fut y que jamás se atrevería a aceptar que le gustó Blanca Nieves, es decir, que el sueño de la princesa en realidad depende de otra persona, que suele ser el príncipe aunque también te puede envenenar una bruja o encerrarte la malvada madrastra en un sótano o cualquier embrujo fastidiarte la existencia, así que, en general, decidí que quería ser Natalia, la que dibuja y sabe pedir perdón, la que se define a sí misma y es capaz de recorrer su propio camino, uno real, a pie, sin zapatillas de cristal ni calabazas mágicas, y así he vivido, por preceptos propios o por lo menos eso intento. Cuando veo a niñas vestidas de princesas prefiero que sea de las que ellas se inventen y decidan ser niñas que crezcan sabiéndose poderosas y completas, y no las mitades de otra naranja que supongo preferirían también entidades completas y no a completar. Que monten su propio caballo, su propio castillo, tengan más de siete enanos por amigos y sean enseñadas más que ser bonitas a ser libres, ser ellas...   Columna anterior: Mi primera vez