Por tercera vez en tres meses Gran Bretaña es el eje de un ataque terrorista cometido por extremistas musulmanes.
Siete personas murieron en el ataque, 40 más fueron hospitalizadas, apenas diez dias después del ataque que en Manchester causó la muerte a 22 personas, incluso niños menores de diez años.
Y como los anteriores, al igual que la mayoría de los cometidos en otros países europeos, fue lanzado por descontentos con el régimen, personas que justa o injustamente se sentían sin futuro, sin perspectivas, discriminadas. Pero también personas que optaron sentirse así.
Nadie pone en duda que el método que eligieron para expresar su descontento es absurdo, reprobable, condenable, cruel, idiota, cobarde, contraproducente.
Pero también puede afirmarse que los promotores de la forma de pensar que llevó a los autores a esos ataques aprovecharon sentimientos de desencanto, que a gustar o no, están presentes en muchas sociedades, incluso las europeas -donde muchos musulmanes no solo se sienten como un grupo aparte, sino que como literalmente una clase aparte en lo racial, lo social, lo económico y lo religioso.
Que esas formulaciones parezcan fuera de lugar en sociedades que se precian de su libertad, de su democracia política, económica y social como Gran Bretaña, Francia, Bélgica o los Países Bajos hace tanto más dramática la situación y también, se quiera o no, pone en duda esos reclamos.
En alguna medida podría alegarse que es el pasado imperial el que levanta la cabeza para morder a los países actuales, pero el terrorismo de la misma marca ha cometido suficientes atrocidades los últimos días -Afganistan, Iraq, India, Egipto- como para ser clasificado de otra forma.
En el caso de Europa, el que los autores sean con frecuencia jóvenes que nacieron o se criaron en esos países, y presuntamente recibieron educación pero se sintieron marginados, no habla bien ni de las personas ni de los grupos ni de las sociedades mismas.
Que ciertamente hay un elemento político-religioso, un mandato expreso por atacar a quienes tienen religiones distintas o tengan opiniones diferentes es innegable. Que la forma de expresión adoptada es brutal, primitiva inhumana, es incuestionable. Pero la historia de Europa contiene numerosos ejemplos de ese tipo, los suficientes para ojalá ayudar a los europeos actuales a entender y enfrentar el fenómeno.
Por lo pronto, la reacción a los ataques de la noche del sábado en Londres es dominada por el obvio impacto político de sus efectos, tanto en el mensaje del presidente Donad Trump para promover su propuesta prohibición temporal para la entrada a Estados Unidos de viajeros de varios países musulmanes, que por la primera ministra Theresa May para introducir en su discurso otros elementos que probablemente ayudarán a los terroristas: "hay demasiada tolerancia en esta sociedad”.