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Temeridad

Hace unos días, Joselito Adame se tiró a matar en la plaza de las Ventas de Madrid, tal como lo hiciera el también torero mexicano Lorenzo Garza en los 30

OPINIÓN

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Se perfiló y en un pronto arrojó la muleta. Arrancó hacia el toro con la fe a tope. En el cruce de voluntades el toro lo enganchó, partiéndole el traje de luces, que quedó hecho jirones. Una estocada a topacarnero. Cayeron al mismo tiempo toro y torero, la fiera sobre el diestro. Si el toro tropezó o rodó sin puntilla, fue la polémica entre semana. El caso es que Joselito había realizado una suerte heterodoxa de rápidos efectos, que demanda un inmenso valor. Dicha estocada nos hizo recordar la historia. En los años treinta del siglo pasado, Luis Castro El Soldado se tiró a matar con un pañuelo por engaño, mientras que Lorenzo Garza, para no dejarse ganar la pelea por el recio torero de Mixcoac, lo hizo a cuerpo limpio. Los novillos pertenecían a la divisa de Gamero Cívico. La rivalidad entre los dos mexicanos, a la sazón novilleros, causó sensación entre los aficionados españoles de aquella época romántica del toreo. El próximo jueves 8, Adame realizará su segundo paseíllo dentro de la Feria de San Isidro, alternando con Manuel Jesús El Cid y Juan del Álamo, para lidiar un encierro de la acreditada ganadería, procedencia Núñez, de Alcurrucén. Aniversario Se ha cumplido un año de la muerte de Rodolfo Rodríguez El Pana, acaecida el 2 de junio de 2016 en un hospital de la ciudad de Guadalajara. Entregó su vida al toreo, con excepción de aquellos años en los que se vio obligado a vender gelatinas, cocer pan y trabajar como sepulturero, echando paletadas de tierra a la eternidad, para poder llevar la jama a su apizaquense hogar. Desde la primera vez que lo vi, el 6 de agosto de 1978 en la Plaza México, me llamó la atención su enigmática personalidad, su aire de torero antiguo, su histrionismo y su marcada proclividad para rescatar suertes que estaban guardadas en el baúl de los recuerdos. Estrafalario y extravagante, el ex tahonero de Tlaxcala fue víctima de sus propias palabras (no es lo mismo correr la legua que irse de la lengua). Impuso apodos burlescos a las figuras de su época como Manolo Martínez y Eloy Cavazos, lo cual se tradujo en vetos duraderos que lo condenaron al ostracismo y el desempleo. La tarde más importante de su dilatada y desconcertante hoja de servicios, fue la del 7 de enero de 2007 en el coso metropolitano. Su supuesta despedida (como tal se anunció) se convirtió en el mágico resurgimiento de este iconoclasta del toreo. El envión de esa pirotécnica actuación le permitió actuar en ruedos que nunca antes había pisado, y para reforzar el personaje que hablaba el caló gitano y vivía como torero las 24 horas del día. Columna anterior: Mal perdedor