El Presidente Trump decidió extraer a su país del Acuerdo de París, un convenio firmado por 195 países para combatir el cambio climático y sus amenazas, donde cada firmante se comprometió a tomar medidas específicas, conforme a un calendario prefijado, para reducir sus emisiones de dióxido de carbono, en función de las características de cada una de las economías nacionales.
Con esa decisión, Trump integra a su país, junto con Siria y Nicaragua, al selecto club de naciones necias que niegan lo que dice la ciencia: que el cambio climático es un problema real y presente, y que es un peligro para la sobrevivencia del planeta tierra y, como consecuencia, para la humanidad.
Aparte de negar la existencia del cambio climático, ¿qué otras cosas unen a los líderes políticos de Siria, Nicaragua y Estados Unidos? En primer lugar, comparten, cada uno los ellos, la convicción de la fuerza de su excepcionalismo individual ante el mundo y ante la historia de sus respectivos países. Cada uno de estos tres gobernantes comparten la visión de que llegaron al poder para realizar un obra magna que nadie más que ellos podría lograr para asegurar la salvación nacional. Se consideran a sí mismos los responsables de una misión divina. Qué curioso que la historia llevó a que los tres estuvieran en bandos enfrentados militarmente, a veces de forma directa, siendo uno cristiano, otro musulmán y el tercero un socialista renegado. Pero quizá no sea tan extraño, después de todo.
Assad es la continuación de la milagrosa dinastía religiosa y política que le ha dado longevidad a la integridad física de su país, aunque sea a sangre, gases y fuego.
Daniel Ortega asegura que fue llamado por Dios para mantener a su país lejos del peligro de que regresara la dictadura de Somoza, convirtiéndose, él mismo, en un dictador.
Mientras tanto, Trump habla todos los días de su victoria electoral sobre Hillary Clinton como si fuera la Segunda Venida del mesías para evitar la decadencia apocalíptica de los Estados Unidos.
Es decir, estos tres dirigentes están movidos por una convicción mesiánica acentuada. Este hecho les permite, también, mover los hilos para consolidar su poder, promoviendo el nacionalismo económico y el proteccionismo político como instrumento para eternizarse en el poder. Sus coincidentes discursos contra lo ajeno, lo extranjero, lo diferente los coloca en el pedestal del oscurantismo y del aislacionismo nacional frente a las grandes tendencias globalizadores del mundo.
Para dar sustento a su idea de redención, es necesario que un gobernante y su grupo de apoyo interno aseguren la no-contaminación y la insularidad de la nación frente a las corrientes internacionales que refutan las tesis que ellos propugnan como la fuente de su poder: el ser portador de una verdad que nadie más posee, sobre los más diversos temas. Sus asuntos incluyen, como en este caso, lo referente al cambio climático, la promulgación de la ideología única e indivisible que una nación sumisa debe aceptar, los métodos de producción únicos y apropiados para alcanzar las metas decididas por el gobernante, el repudio a temas valóricos que el resto del mundo congenia, como la diversidad sexual, las diferencias religiosas, la igualdad entre los sexos, el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo y las prácticas democráticas para dirimir controversias internas.
Los gobernantes de las tres naciones tienen mucho en común. Lo que sorprende es la presencia de Estados Unidos en la ecuación de los países que se dejan guiar por sus instintos mesiánicos más primitivos. Hubiera sido más creíble o posible si no fuese una nación que se suponía era poseedor de una institucionalidad democrática sólida y afianzada, tanto en lo que se refiere a la separación de poderes, como en el papel de los medios de comunicación como un contrapeso a la clase política de Washington y más allá. Sin embargo, este supuesto sobre Estados Unidos está siendo desnudado como una falacia. En términos del primitivismo en su pensamiento político, Estados Unidos, Siria y Nicaragua muestra ser almas gemelas.
El mesianismo conlleva el imperativo aislacionista como condimento del sistema de control político. Lo que sí diferencia a Estados Unidos de Siria y Nicaragua es que el sistema totalitario aún no se ha instaurado en aquel país. Pero no tarda en avanzar si las instituciones no reaccionan en defensa propia con rapidez ante la amenaza que representa la corriente política autoritaria incrustada actualmente en la Casa Blanca.
*Ricardo Pascoe Pierce es académico de la UNAM y exembajador de México en Cuba.