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Populismo de Izquierda y Derecha

OPINIÓN

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Mirando al Otro Lado Por: Ricardo Pascoe México fue el primer país latinoamericano donde se estableció un régimen populista en el continente. Desde finales de la década de los veinte, en pleno Maximato callista, la combinación de dirección esta- tal de la economía y organización subordinada de la clase obrera y el campesinado al Partido Nacional Revolucionario, antecedente histórico del PRI, cumplía el perfil del nuevo régimen. Por populismo en América Latina se entiende un régimen político autoritario de larga duración que se mantiene en el poder utilizando al Estado como instrumento de control de factores económicos, para la modulación del reparto de la riqueza, administrando políticas asistenciales que le permite justificar su mantenimiento y reproducción en el poder y subordinando las masas populares a sus mandatos e imperativos políticos. En tiempos recientes, el régimen político mexicano, aún infundido con su carácter originariamente populista, incluso expresa una contra- dicción aparentemente insalvable: aplica políticas económicas de corte liberal, mientras controla a franjas importantes de la sociedad a través de un asistencialismo recargado. Ese modelo populista de gestión política del poder político contagió a todos los partidos, independientemente de su origen ideológico y social (por igual, nacionalista revolucionario que socialista o democratacristiano). El contagio populista hace que sea un modelo de gestión política adaptable tanto a derechas como a izquierdas. El populismo surge de una sociedad desafecta con su circunstancia económica y percibiendo la imposibilidad de solucionar sus demandas. Esta situación hace susceptible a quienes viven en ese desasosiego, sintiendo perdidos sus horizontes de esperanza. La oferta populista es como el canto de la sirena: te atrae y arropa, hasta que te exprime la vida misma. Sin embargo, el populismo en los países desarrollados es diferente en su atracción social al populismo que se vive en países en vías de desarrollo. Tanto en Europa como en Estados Unidos las circunstancias que hacen factible este tipo de manifestación difieren con lo que se encuentra en países, por ejemplo, de América Latina. Tanto el Brexit del Reino Unido, como el Frente Nacional en Francia, tienen importantes similitudes con el trumpismo estadounidense. Se basan en un proteccionismo y nacionalismo económico, guiado por la idea potente, pero equivocada, de que es posible regresar a los “buenos tiempos” cuando había prosperidad y empleos para todos. Esos buenos tiempos habrían tenido un signo característico en común: no había la invasión de extranjeros en sus respectivos territorios nacionales que competían por los empleos de los locales, pero dispuestos a aceptar salarios más bajos. La presencia de inmigrantes lega- les e ilegales vendría a documentar y confirmar la tesis marxista sobre el papel económico del ejército industrial de reserva: la competencia por los empleos hace las veces de depresor de los salarios. Entonces el reclamo contra los extranjeros en esos países tiene, aparentemente, una base real: sus salarios están siendo presionados a la baja, en términos reales. Esta situación fomenta la percepción de que todo lo diferente-nacionalidades, idiomas, costumbres, religiones, prácticas sexuales-son un peligro para la sociedad y para sus tradiciones. Esto define la xenofobia que expresan: miedo y, por tanto, rechazo a lo distinto. El populismo de las sociedades desarrolladas parte de este criterio y fomenta el motor que mueve a masas intimidadas a votar por Brexit, Trump y el Frente Nacional de Le Pen. La empatía con el proteccionismo y nacionalismo económico es una consecuencia natural de este fenómeno. En esas sociedades, el populismo se asocia con discursos y dirigentes de derechas, por lo general. En América Latina el populismo se asocia con las izquierdas. Las derechas latinoamericanas, cuando se radicalizan, se vuelven más elitistas y autoritarias, no miran hacia la opción populista. Son las izquierdas, en este caso, las que se apoderan del aparato estatal para transformarlo en instrumento de captación y retención de la plusvalía producida socialmente, para servir como acicate para la cooptación y subordinación de las masas populares por la vía de programas asistenciales generalizados, y para el enriquecimiento personal de los líderes del movimiento. Como la idea es perpetuarse en el poder, el proyecto populista siempre debe producir un pensamiento antagónico: identifica un enemigo exterior-el imperialismo es útil, en este caso-y polariza internamente entre las clases indefensas que justifican acciones de apoyo, contra los agentes internos del imperialismo, especialmente los medios de comunicación y los dueños de los capitales nacionales. El identificar sus objetos de odio, en el caso del populismo latinoamericano, es muy importante porque así se justifica el modelo económico proteccionista y nacionalista que precede a las expropiaciones de industrias y campos, para crear un capitalismo de Estado consolidado. El autoritarismo es el paso final para crear un sistema cuya lógica es su perpetuación en el poder. Dos populismos, de derechas y de izquierdas, como extremos logran juntarse en propósitos comunes: nacionalismo económico, supremacía nacionalista, exclusión de lo foráneo, credos sociales conservadores y control político de la sociedad basado en el autoritarismo y el fomento al odio y la exclusión.