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El laberinto cubano

OPINIÓN

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Donald Trump decidió anular muchas de las medidas de Barack Obama sobre Cuba en circunstancias muy particulares. Pese a rodear su anuncio con una escenografía épica y con parte del exilio más duro de Miami recordando la Guerra Fría, cabe preguntarse si el presidente de Estados Unidos ha medido la trascendencia de su paso, especialmente desde una perspectiva geopolítica. Cuba atraviesa una situación delicada. Su economía decreció un -0,9% en 2016 y si bien se prevé un aumento del 2% en 2017, el clima recesivo provoca escaso optimismo. Para colmo, la crisis venezolana, pasible de seguir empeorando, lo complica todo aún más. La posible reedición del período especial desvela a los gobernantes cubanos, que estuvieron muy pendientes del aporte de la renovada relación con Estados Unidos, pese a la desconfianza de la nomenklatura habanera. A esto se suma la proximidad de 2018, término del último mandato presidencial de Raúl Castro. Todo indica que se mantendrá como Secretario General del Partido Comunista, aunque habrá que implementar alguna forma futura de relevo, un modo simbólico de anunciar el cada vez más inminente final del castrismo. En esta lucha interna por el poder, la decisión de Trump reforzará a los núcleos menos aperturistas del régimen. Junto al decidido apoyo de ciertos sectores de Miami, Trump fue respaldado por los líderes más beligerantes de la oposición interna, descontentos con las concesiones de Obama. Estos parten de un cálculo binario: cuanto más aislado internacionalmente esté el régimen, más fácil será el tránsito a la democracia. Sin embargo, la duda es si la democratización llegará con medidas externas o, por el contrario, ésta será consecuencia de un sistemático trabajo opositor en el interior. Si bien las condiciones no son las mejores y la represión ha aumentado, la confianza ciega en que solo la presión exterior acabe con el comunismo suena a utopía irrealizable. Trump argumenta en su favor el deseo de liquidar a la dictadura y potenciar el respeto a los derechos humanos. También piensa que arremetiendo contra los militares y sus empresas afectará al corazón del régimen y le asestará un golpe irreparable. Pero, durante años el aislamiento internacional no ha preocupado a las autoridades cubanas. Esta vez no será una excepción. A punto de agotarse el filón venezolano, no sabemos si Cuba encontrará un reemplazante capaz de mantener vivo el sistema. China está muy escaldada con Venezuela como para incrementar en exceso el riesgo de sus inversiones. Rusia es un caso aparte. En sus ansias por recuperar su protagonismo internacional, Putin ve en Cuba una gran oportunidad y está dispuesto a jugar sus cartas hasta el final. Esto es sin duda una pésima noticia para América Latina, que ve preocupada la penetración rusa en Nicaragua y Venezuela. La falta de perspectiva estratégica de Estados Unidos obliga a los presidentes latinoamericanos a evitar que el oso ruso asfixie con su abrazo al régimen cubano. La transición empezará más pronto que tarde, pero con Putin nuevamente en Cuba el camino a la democratización será mucho más difícil.