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Felipe De J. Monroy: Chedraoui, la finalidad de un icono jerárquico

El arzobispo Chedraoui destilaba jerarquía por los cuatro costados

OPINIÓN

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Conocí al arzobispo Antonio Chedraoui Tannous gracias al fotógrafo David Ross; para él, uno de los mejores retratos que había realizado con su famosa técnica de “fundido al negro” había sido al titular de la Iglesia Ortodoxa de Antioquía en México, Venezuela, Centroamérica y el Caribe. Más que una fotografía parecía un icono lleno de símbolos de poder. El arzobispo Chedraoui destilaba jerarquía por los cuatro costados; su liderazgo desde la Iglesia Ortodoxa lo resume claramente la nota de su fallecimiento divulgada el pasado 14 de junio: “Ha tenido relaciones con la mayoría de los Presidentes de la República del Líbano... Y se ha entrevistado con diversos Jefes de Estado... Se le ha considerado como uno de los líderes más destacados de la Colonia Libanesa en México y de las demás Colonias Árabes. Ha tenido el privilegio de contar con la amistad de varios Presidentes de la República Mexicana”. Para los medios de comunicación y la clase política, Chedraoui se reducía al día de San Antonio Abad, su cumpleaños y onomástico; a una solemne ceremonia de tremenda pompa bizantina y una frugal recepción donde convergían los políticos de moda y los poderosos líderes transexenales. Hay que mencionar que desde 1966 fue obispo vicario patriarcal para todas las comunidades católicas ortodoxas antioquenas de esta región y, desde 1996, primer arzobispo metropolitano. Pero su trabajo tenía efecto decisivo en cada comunidad que presidía. Por ejemplo, en Guatemala, el albergue Rafael Ayub, de las monjas ortodoxas de Antioquía y bajo el amparo de la enorme figura de Antonio Chedraoui, continúa hoy dando hogar, educación y capacitación laboral a huérfanos (hijos y nietos del conflicto armado) a pesar de la intentona de los gobiernos para centralizar todos orfanatos con el riesgo de que terminen administrados por la desquiciada corrupción. Su legado, la finalidad de ese estilo de gobierno soportado en la retórica de poder, ha sido la visibilización de una Iglesia Ortodoxa con presencia muy limitada en comunidades pequeñas y dispersas en el continente, cuya cooperación económica y subsidiaria es muy generosa y hace que sus servicios de asistencia humanitaria sean altamente reconocidos por la sociedad y los gobiernos latinoamericanos. Aunque pequeña, la iglesia ortodoxa antioquena –una breve porción de la pujante comunidad libanesa en México- se ha abierto paso en la conversación política, económica y social en el país. Hoy, la comunidad Ortodoxa se concentra en la Catedral de San Jorge, de la Ciudad de México; y en la magnífica y esplendorosa Catedral de San Pedro y San Pablo, ubicada en Huixquilucan. Además, los monjes presbíteros, diáconos y archimandritas se congregan en el Monasterio de San Antonio el Grande, Jilotepec. En Yucatán llevan la parroquia de la Dormición de la Virgen, y en Tijuana, la misión ortodoxa se denomina Proyecto México. Chedraoui será recordado como el icono jerárquico de la iglesia antioquena latinoamericana por antonomasia. Un hombre que provino de una familia humilde avecindada en Trípoli, Líbano, como confesó al periodista Mario Alberto Mejía, pero que se elevó en todo esplendor a las más altas esferas del liderazgo contemporáneo: “Lo digo con orgullo, nací en una familia pobre. Estudié en escuelas de gobierno, que hoy muchos creen que es algo malo. Después, cambié al seminario; a los 13 años me fui al seminario y ahí me incliné hacia la vida sacerdotal. Padecer carencias fue algo muy importante en mi vida y muchos hermanos que estuvimos juntos en el sacerdocio también recuerdan esos días, no recuerdan los días de hoy, donde tenemos más lujos. Aquellos días nos hicieron hombres para poder manejar una sociedad”. *Felipe De J. Monroy , periodista.