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¿Trump y los republicanos a punto de ruptura?

OPINIÓN

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¿Será cierto que la relación entre el presidente Donad Trump y una mayoría de los legisladores republicanos está o se acerca ya al punto de ruptura?
La pregunta es pertinente ante la entrada en acción de los Comités de Inteligencia y Judicial del Senado en la controversia sobre la conversación del presidente Trump con el despedido James Comey, ahora exdirector de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), que en sus notas sobre el encuentro consignó que se le pidió abandonar la investigación del FBI en torno a los vínculos con Rusia del general Michael Flynn, brevemente Consejero Nacional de Seguridad.
Y la situación se complica en la cauda de la controversia creada por el propio presidente Trump al compartir información de inteligencia con el Ministro de Relaciones Exteriores ruso, Sergei Labrov.
La idea de Trump era convencer a los rusos de apoyar la pacificación en Siria y de acuerdo con el propio mandatario y algunos de sus asesores legales estaba en su derecho como presidente.
Pero lo legal y lo político no son necesariamente sinónimos, sobre todo en un país que como los Estados Unidos no ha olvidado la Guerra Fría y su gran adversario, la Unión Soviética, hoy Rusia.
En todo caso, la posibilidad de que Trump, presidente o no, haya tratado de interferir en una investigación del FBI puede tener consecuencias prácticas mayores, sobre todo en un ambiente donde  diarios como The New York Times y The Washington Post, o publicaciones especializadas como politico.com y The Hill ofrecen una dieta diaria de los escándalos en que se ve involucrada la Casa Blanca.
En ese sentido el hartazgo es probable. Trump, que hoy se queja de ser maltratado por los medios y demanda lealtad a su persona, parecía disfrutar como empresario la creación de situaciones polémicas como parte de su acto de publicidad. 
Como político, su acto le permitió convencer a un sector de la población estadounidense afín a los republicanos de que podía hacer retroceder el reloj medio siglo y flanqueó por la derecha a rivales políticos tradicionales, hasta conseguir la candidatura presidencial del partido.
A nivel de candidato presidencial disfrutó del dominio republicano en estados rurales, forjado por años de creativa creación de distritos electorales, explotó tensiones raciales agudizadas por la presencia de un presidente afroestadounidense y años de demonización de su rival, la demócrata Hillary Rodham Clinton.
Trump ganó la Casa Blanca sobre la espalda de escándalos y una campaña centrada en su persona.
Pero ahora ese estilo no le sirve para hacer pasar legislación ni para gobernar. 
La dieta de escándalos se ha convertido en un problema para los legisladores republicanos, que el próximo año enfrentan elecciones sin que hasta ahora parezcan en posibilidades de ofrecer más logros que su respaldo a iniciativas del presidente Trump que han resultado más polémicas que realistas pero tampoco de romper con él.