En Guerrero un detalle cotidiano revela el abismo: todos los di?as hay protestas. Ancestralmente los guerrerenses han expresado sus preocupaciones de distintas maneras –de la marcha a la guerrilla–, lo que denota que sus habitantes tienen una idea ni?tida de lo que sucede en sus comunidades.
En estos momentos Guerrero es una zona de guerra: carreteras cerradas por grupos armados, vehi?culos incendiados y periodistas amenazados y asaltados –despojados de una camioneta, computadoras y tele?fonos cuando re- portaban desde Tierra Caliente–, donde grupos criminales controlan 7 de los 9 municipios.
“Sicarios disparan desde los cerros contra los helico?pteros de las fuerzas federales y estatales”, dijo el gobernador Astudillo.
Una de las ima?genes ma?s brutales fue descrita por los periodistas asaltados: uno de los integrantes del grupo criminal era un nin?o que se encargo? de llevarse sus pertenencias.
Como hizo Caldero?n desde Michoaca?n, ahora el Estado mexicano -los gobiernos federal y estatal– le declaran la guerra a Los Tequileros y La Familia Michoacana. ¿Estas facciones son recientes? ¿Por que? no se les persiguio? antes?
En Guerrero las comunidades conocen sus actividades hace an?os: De Jhonny Oloscuaga, El Pez, li?der de La Familia Michoacana, se sabi?a desde los 80, en el gobierno de Ruiz Massieu. El Pez era amigo de Raybel Jacobo, El Tequilero.
Lo que esta? ocurriendo supera los ma?rgenes de una guerra entre grupos criminales; para ponerlo en te?rminos oficiales, en Guerrero hay muchos Abarcas coludidos con el crimen y las autoridades hacen como que no los ven.
Hace dos an?os un video mostro? la estrecha relacio?n entre el alcalde de San Miguel Totolapan, Juan Mendoza, y El Tequilero; El an?o pasado, El Solitario del Sur, exalcalde de Acapetlahuaya –donde los periodistas fueron asalta- dos– fue detenido por sus nexos con el narco.
La Fiscali?a estatal investiga al diputado prii?sta Sau?l Beltra?n y sus presuntos vi?nculos con Los Tequileros.
La corrupcio?n y la impunidad son habituales porque en Tierra Caliente existen zonas de silencio como San Miguel Totolapan, en donde nadie entra porque lo pueden matar.
Cinco periodistas, entre ellos Sergio Ocampo, de La Jornada, entraron a reportar el enfrentamiento en San Miguel Totolapan, a pesar del alto riesgo y la precariedad de su trabajo (una condicio?n general en todos los Estados); en el Sol de Acapulco les pagan 20 pesos por foto, las agencias locales 1,500 pesos y los perio?dicos entre 7 y 12 mil pesos mensuales– y casi ninguno esta? asegurado por los medios.
En Guerrero ha ocurrido –como en otros estados– una degeneracio?n no esponta?nea; el problema no es el narco sino el caldo de cultivo –impunidad, corrupcio?n, pobreza y la perversio?n de las instituciones y el ejercicio de la poli?tica– acumulada por de?cadas.
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