El pulpo reversible no sólo ha ayudado a niños con autismo a expresar sus emociones, sino reactivó la economía de pelucheros en Xonacatlán, considerado la meca del peluche, que lo ven como un “milagro” porque antes de él su producción había caído hasta 30 por ciento por los efectos de la COVID-19.
Hace tres semanas, el esponjoso y carismático peluche encendió de nuevo las máquinas de decenas de talleres, puso a bordar y a coser a cientos de manos, para llegar no sólo a infantes especiales, sino a jóvenes que caen rendidos por su modalidad feliz y enojada.
Desde hace 23 años, este taller abrió sus puertas y hoy en día fabrican el pulpo reversible y no se dan abasto con la demanda. También dan trabajo a otros talleres en bordado y costura, que han sido afectados por la pandemia.
Una de sus fundadoras, Graciela Juárez Maldonado, consideró que la figura salvó a los productores de peluche: “Para mí fue una bendición, porque realmente nos reactivó la economía, estábamos casi parados, estábamos trabajando en un 30 por ciento nada más”, narró.
Desde su taller en Xonacatlán, contó que los clientes le propusieron que lo fabricara y a más de 20 días de sacar la primera pieza “estamos trabajando casi al 100 por ciento de capacidad; incluso, tenemos gente que nos maquila, que nos está trabajando también para poder cubrir esta demanda y ha sido sobre este modelo”, indicó.
Antes del pulpo, varios productores tuvieron que cerrar o recortar personal, otros no sobrevivieron, pero “el hecho era no perder la fe, no perder la esperanza.
Por Gerardo García