Los intensos rayos de sol cobijan el ambiente frío de Tlahuelilpan; los habitantes de este municipio de Hidalgo están de luto. Entre las calles se observan carpas, sillas y coronas de flores, colocadas para los rezos de las personas que fallecieron hace un mes en la explosión de una toma clandestina.
Del palacio municipal entran y salen trabajadores; en la plaza se escucha la música y el bullicio de comerciantes y estudiantes de secundaria; nadie habla del tema.
“Muchos decidimos callar por respeto a los familiares, la vida aquí cambió por completo, es viernes y si te das cuenta sólo hay una pareja, hace un mes estaba atendiendo a más gente”, comenta el dueño de una cafetería ubicada en el centro.La mayoría de los que perdieron la vida el 18 de enero son de Tlahuelilpan, algunos fueron por curiosos y otros, dicen que fueron por necesidad como Luis Rufino Zacarías, de 25 años, que asistió al llamado colectivo, pero regresó a casa con 75 por ciento del cuerpo quemado.
“Ese día era cumpleaños de su hija la menor, íbamos a comer cuando le avisaron que los soldados estaban regalando gasolina, nosotros vendemos tamales y atole, por esas fechas no había gasolina y esa fue la razón por la que él fue”, relata Eligia, mamá de Luis.Luis estaba a unos metros de la toma clandestina, su hermano mayor lo sacó de ese lugar, un terreno de riego en donde se siembra alfalfa. Primero lo sacaron de la zona de la explosión a su casa en una moto, y después, a un hospital en una camioneta particular. Eligia no sabía que el hombre quemado era Luis, sólo reaccionó ante el llamado de auxilio de su otro hijo.
“Cuando lo subimos a la camioneta me dijo: me duele mami. Fue ahí cuando levanté su carita y me di cuenta de que se trataba de mi hijo”, cuenta entre lágrimas.Luis estuvo hospitalizado 16 días, reaccionaba de manera positiva, su piel comenzaba a regenerarse y la infección de los pulmones cedía, pero en un momento se acabó la esperanza.
“Los doctores le ampuraron un brazo porque dejó de circularle la sangre, nos llamaron de emergencia, y cuando llegamos (...), a mi hijo le dio un infarto”, explica Eligia.Luis era herrero, estaba casado y tiene dos hijas de uno y dos años; las autoridades estatales les prometieron una beca a las menores. [caption id="attachment_464263" align="aligncenter" width="600"] Por la explosión se iniciaron 69 carpetas de investigación. Foto: Leslie Pérez / El Heraldo de México.[/caption]
“NI CARRO TIENEN”
Los Jimys viven en la calle Reforma, a unos 12 minutos de San Primitivo, lugar de la explosión. El menor es Jimy Jiménez, tiene 17 años; y José tiene de 22 años. Los dos llegaron a la toma por curiosidad. Al menos eso cree su abuela, Lourdes Serrano:“Ni carro tienen, mis nietos fueron por curiosos. Habían llegado de trabajar del campo, de pronto los dejé de ver, y pasó la explosión”.Ambos se encuentran en la Ciudad de México, pero en distintos hospitales. Según Lourdes el menor no está recibiendo la atención adecuada.
“Hace una semana vi a mi nieto y su brazo derecho olía muy feo, muy apestoso, quiero que atiendan bien a mi hijo”, exige.Jimy está quemado de la espalda, brazos y piernas. Al momento de la detonación intentó escapar, pero resbaló por la humedad de la alfalfa y el fuego lo alcanzó. A José la explosión lo quemó casi por completo, y perdió un ojo. Lourdes y su familia esperan que los Jimys, como los conocen en su colonia, salgan del hospital, pero con vida.
“Ya no los están atendiendo como debe ser, estoy triste porque no puedo estar con mis dos nietos al mismo tiempo”, lamenta la señora.https://youtu.be/LEJ4KMGPawU Por Arturo Vega Vivanco jrr