"Yo no las maté, no soy un asesino, no soy un violador”, dijo Fernando González García antes de ser sentenciado.
Sin embargo, esto no impidió que la jueza del Tribunal de Enjuiciamiento, especializada en delitos relacionados con la violencia de género, Marina Edith Gutiérrez Hernández, lo declarara penalmente responsable del delito de feminicidio.
El 22 de septiembre de 2016, de acuerdo con la indagatoria de la Fiscalía General de Justicia del Estado de México, Fernando asesinó a Karen Esquivel, de 19 años, y a Adriana Hernández, de 52, y quien tenía una discapacidad mental.
La audiencia destacó por el análisis de la juzgadora sobre la saña con la que se cometieron estos asesinatos, pues aseguró que no se trata solamente de homicidios, sino de feminicidios con un estatus alto de violencia.
“En este caso existió la privación de la vida de dos seres humanos de género femenino y se llevó con violencia de género, con acciones misóginas que denotan desprecio por el hecho de ser mujeres, por menospreciarlas, por considerarlas menos fuertes e imponer superioridad”, enfatizó la jueza.
El fiscal Rubén Ortega señaló que Karen trabajaba como instructora en el gimnasio Curves, en Naucalpan, mientras que el ahora sentenciado era valet parking, y Adriana vivía cerca del establecimiento, por lo que ambas conocían a su agresor. Las dos mujeres fueron asesinadas en la casa de Adriana, y esta última fue golpeada por Fernando en la cocina luego de colocarle cinta metálica en el rostro, mientras que a Karen la llevó a la recámara y después de violarla, la asfixió con una calceta atada a unos pants.
Posteriormente, Fernando colocó cada cuerpo en una maleta y llamó por teléfono a un amigo para que le ayudara a hacer un flete; éste acudió con su hijo y se trasladaron a bordo de una camioneta marca Dodge con matrícula de circulación MJP 7498, al cuarto que el feminicida rentaba en calle Necaxa, en la Colonia Tejocote, en Naucalpan.
Fernando bajó las maletas solo, se despidió de los dos ayudantes y las introdujo en su domicilio ante la mirada de una vecina que dio su testimonio.
El sentenciado acudió a trabajar al día siguiente, pero ya no regresó a su domicilio, sólo se comunicó con su medio hermano para comentarle que había cometido un error y había violado y asesinado a una compañera de trabajo y a una “loquita”, mientras que las maletas fueron encontradas tres días después del hecho por el olor fétido que detectaron los vecinos del lugar.
Rebeca, madre de Karen y Jorge, hermano de Adriana, estuvieron sentados durante la audiencia con los dos fiscales y la asesora jurídica, mientras que el defensor público tuvo una escasa participación y en todo momento permaneció con la cabeza agachada.
POR DIANA MARTÍNEZ


